“Existen barrios en Palmira donde las bandas del delito y el sicariato conviven en casas con jefes que pagan arrendamiento y comida. Compran el grano en las plazas de mercado y pagan cumplidos los servicios públicos, incluyendo televisión satelital para observar delitos a escala mundial. La policía sabe dónde se encuentran esas cabezas, pero tiene miedo de abrir esas madrigueras con sus ratas dispuestas a acabar con toda la ciudad”. Fernando Estrada, filósofo y analista.
Por: Alexander Giraldo
No hablan los muertos como en Pedro Páramo pero sí hablan los anónimos, en murmullos que llegan de todas latitudes, de aquellos que se sienten seguros atrás de los monitores mirando las noticias, viendo cómo la ciudad se descose cada día más; aquellos habitantes que piden reservar su identidad ante los periodistas, porque aquí el miedo y las balas silencian a la gente. Aquellos, en realidad, que desean que toda esta violencia se acabe, aunque cada día engorda más, como un animal monstruoso a quien a diario le inyectan hormonas de crecimiento, hormonas de extorsión, de intolerancia, de puños en las casas, de vecinos encerrados en sus hogares, de calles desiertas entre horas.
Palmira, mi ciudad, es sinónimo de violencia desde que llegué aquí hace 14 años. Tanto, que la gente piensa que es el estado natural de las cosas. Todos debemos comprender que en un contexto de anarquía y violencia, la economía no crecerá, ni el empleo, ni las inversiones, ni la calidad de vida de sus habitantes. Y nadie parece observar que las causas de esta violencia organizada tienen mayor fondo, dice Estrada. En este contexto no se respeta ni la vida ni la integridad de las personas, principios fundamentales que debe defender todo Estado.
Las cifras de homicidios hablan por sí solas: 195 en 2008, 209 en 2009, 286 en 2010, y ¡320 en 2011!, y en lo que va del año 2012, al 14 de enero, había muerto una persona por día. Si esta cifra se mantiene o se desborda podría superar los 366 muertos este año.
En este contexto la ciudad se encuentra inmóvil, sitiada por la delincuencia. Los ciudadanos se quejan del gobierno municipal y de la ineptitud de las autoridades. Lo que no saben es que la violencia nace de su indolencia, de sus casas, de sus barrios, de su intolerancia, y de su incapacidad e impotencia frente a la intimidación y las agresiones.
Se les llama causas objetivas de la violencia a la pobreza y sus derivados. En pocas palabras, los políticos desde siempre se han montado en la tarima a despotricar, no sin razón, contra la falta de oportunidades económicas, políticas y sociales y su relación con la generación de la violencia en el país. Según los estudiosos del tema la creencia en la necesidad de combatir las “causas objetivas de la violencia”, para lograr la paz, ha dominado en el lenguaje de los sucesivos gobiernos colombianos, e inspirado sus respectivas políticas estatales. Ya Pastrana se refería de esta manera cuando se dieron los diálogos frustrados en el Caguán. La paz vendrá cuando la gente deje de aguantar hambre, cuando tenga empleo, cuando no la maten, cuando tenga garantías para pensar distinto.
¿Pero a qué causas de mayor fondo se refiere entonces Fernando Estrada? No son sólo los homicidios la manifestación de la violencia, como no lo es así mismo la pobreza su generadora.
Detrás de las causas objetivas de la violencia se encuentran causas agazapadas, escondidas o poco visibles. Causas inherentes a un contexto, una región o una ciudad. Para conocerlas se necesitan datos que resistan las pruebas del tiempo y de las comparaciones internacionales.

La intolerancia es la causante de muchas agresiones en La Villa de las Palmas. Prima la mentalidad de que la violencia se soluciona con más violencia. Basta mirar los foros y las páginas de noticias con comentarios como estos, a propósito de un asesinato y la captura del agresor:
Vikingo Dice:
«Fue puesto a buen recaudo», NOOOOO, buen recaudo para el asesino que ya debe estar en la calle tranquilo. POR FAVOR SRS. POLICIAS, ustedes tienen el poder de acabar con esta escoria sin tener problemas legales, DISPAREN a cuanto delincuente vean, una persona que es capaz de matar a otra a sangre fría NUNCA cambia, Ya sabemos que la justicia en este país sirve para lo mismo que sirve el papel higiénico, así que AYUDENOS a limpiar Cali de esta escoria.
Varito82 dice:
Estoy de acuerdo con vikingo, estos asesinos sólo los meten a la cárcel a temperar y a pasar bueno, pena de muerte inmediata, ley de fuga y se acabó el cuento.
Otro palmirano, observa indignado las altas cifras de homicidios en la ciudad y propone algunas soluciones para disminuir los asesinatos:
René Orlando dice:
Sencillo: hagan requisas a diestra y siniestra. Es impresionante la cantidad de sicarios, fleteros, atracadores y campaneros montados en moto, circulando especialmente por los barrios residenciales, oteando el horizonte, buscando la oportunidad para robar y matar si es del caso. Si la Policía piensa que todos los motociclistas son mensajeros… está muy equivocada. Son delincuentes acechando a sus víctimas. Policía: no protejan tanto al criminal. Atáquenlo.
Otro ciudadano preocupado denuncia que la violencia no sólo está ensañada con Palmira, que en los municipios del norte del Valle también presentan altas tasas de criminalidad y no hay que haga frente a violentos:
Merlín III dice:
Usted escribe sobre la convocatoria de algún movimiento cívico por la vida, pero, ¿quién es el líder que se le apunta a esta manifestación si parece que todos viviéramos bajo el Salario del Miedo? ¿Quién tiene la suficiente capacidad sobresaliente de iniciar un recorrido desde Cartago hasta Jamundí y todos los contornos de la Geografía Vallecaucana? ¿Quién protesta en Anserma, en Argelia, en El Águila, en el Dovio, Versalles o Bolívar, quien se atreve en Naranjal, La Tulia, Ceylán, Riofrío ó Andinapoles? Difícil respuesta si se tiene en cuenta que por esos lares se campean libremente los grupos al margen de la Ley.
También existen casos de intolerantes con soluciones descabelladas, en algunas ocasiones escuché decir a alguien que en Palmira matan a un ladrón y aparecen diez, que los ladrones se reproducen como las ratas:
Carloscansado4 dice:
NO, tenemos que dejar que se maten entre ellos, así tenemos control de natalidad. Ya que de estos 3.447 muertos, mínimo nacieron 20000, por lo menos así tenemos como un control, si no estaríamos sobrepoblados.
Ssector07g dice:
Lo que Palmira necesita son buenos policías no esa manada de sinvergüenzas que durante el turno se la pasan tomando o en vez de hacer la ronda se van de visita… y cuantas otras cosas más, lo importante no es el número lo importante es el compromiso con la institución y la ciudad.
Caminar por la noche se ha convertido en una prueba de valentía que raya en la estupidez. Las personas temen ser víctimas de un atraco. Ver dos hombres emparrillados en moto, es un mal presagio. En la ciudad hace más de seis años se prohibió el parrillero hombre como medida para reducir los homicidios. La inseguridad camina a sus anchas por las calles.

Hay razones de sobra para vivir en esta ciudad de trescientos mil habitantes: intermedia, de clima cálido donde convergen colombianos de distintas regiones del país. Paisas, rolos, costeños, nariñenses, santandereanos, caucanos… personas que vienen de otros territorios porque Palmira es buena para el comercio, para vivir. Además hay cinco universidades que atraen estudiantes de otros municipios aledaños. Es posible que la migración sea una de las causas de la falta de pertenencia que aqueja a la ciudad. Los ciudadanos desesperados le echan la culpa a la administración y a la policía del infierno que están viviendo:
Chepe23 Dice:
Esto es el colmo… particularmente da terror hasta salir a comprar un pan en esta ciudad… amo mi Palmira, pero no puedo creer que hasta por tirarse un pedo le puedan estar pegando un tiro a uno… Alcalde, gran degenerado sin oficio de razón quitaste el logo de «con seguridad ciudad para todos» de los papeles que proyectan los funcionarios de su inepta y corrupta alcaldía…
La rabia de las personas se manifiesta a través del anonimato, esto es lo que quisieran hacer en la vida real, atacar a los malhechores, lincharlos; convertirse en los lobos de los hombres, tomar justicia por propia mano, matar. Acabar la violencia con más violencia es tan absurdo como fornicar para apoyar la virginidad. Todos los comentarios los hacen personas sobre ese tipo de noticias que vemos todos los días en los periódicos amarillistas: cabezas cercenadas, cuerpos sangrantes, ojos morados; la mayor exposición posible del daño al cuerpo. Tanto que la gente termina acostumbrándose a este tipo de cantaleta mórbida después de verla repetida, con leves variaciones, todos los días.
Entre esos murmullos que andan de casa en casa y de noticia en noticia se pueden apreciar dos causas generadoras de violencia adicionales: la desconfianza en el gobierno municipal y en la policía debido a la mala gestión del primero y la incapacidad del segundo para abordar los hechos generadores de violencia.
La línea 165, el número al que pueden llamar los Palmiranos para denunciar los casos de extorsión, mantiene llena de telarañas y polvo. Nadie llama a denunciar las extorsiones por miedo a las retaliaciones, y quien se atreve a hacerlo sabe que se echa la soga al cuello.
“Es hora de que la Alcaldía, la Secretaría de Gobierno y la propia Cámara de Comercio se pronuncien sobre el tema”, dijo Arturo Lizarazo, líder gremial y voz cantante de muchos comerciantes que no se atreven a hablar, a un periódico de Cali, “Si nos quedamos callados, eso florece como un negocio ilícito que acaba con la tranquilidad y la economía de una ciudad”.
Esta situación tuvo eco en 2011 cuando aparecieron panfletos anónimos regados por toda la ciudad denunciando las extorsiones.
A falta de mejores oportunidades: el crimen sí paga. En Palmira casi todos los comerciantes han visto la cara del terror cuando los visita, los boletea o los llama para extorsionarlos y la mayoría, si no todos, han oído hablar de él. Son víctimas de estructuras organizadas de delincuencia: bandas de criminales adolecentes o grupos de ex paramilitares reciclados que llegaron a los barrios deprimidos en busca de nuevas fuentes de ingresos, a la mala. La violencia aparece cuando el comerciante o el vecino no paga su cuota, aparece en moto o a pie, en las manos de chicos de gatillo fácil, que venden sus servicios al mejor postor.
“Una persona recibe una llamada donde se identifican como integrantes de las AUC o las Farc y le piden una colaboración para el movimiento. A veces piden medicamentos que son muy costosos. Finalmente le dicen a la persona que compre unas tarjetas para recargar el celular o le dan un nombre y un número de cédula para que consigne”, según un miembro del Gaula, este es el modo con el que operan los delincuentes. El Gaula es un grupo élite encargado de combatir exclusivamente el secuestro y la extorsión en Colombia. Se compone de integrantes del DAS, el CTI y las Fuerzas Militares.
La banda de los 300 domina Zamorano, Simón Bolívar, Villa Diana y otros barrios y ha sembrado en ellos el miedo. Se aprovechan de la inseguridad de los habitantes para cobrar por cuidarlos, como en un mundo al revés, los criminales cuidan acá a la gente de los criminales mismos.
“Estamos en una situación bastante angustiosa porque la gente se encuentra secuestrada en su propia casa, ya les da miedo hasta ir a la tienda”, dijo un habitante de los barrios afectados que prefirió omitir su nombre.
Todo empezó en 2010 cuando las pandillas de la comuna uno firmaron un pacto de no agresión, un proceso avalado por el gobierno municipal. “Los muchachos vuelven a delinquir, pero transformando la modalidad del delito y de esa forma llegamos a la extorsión que estamos viviendo ahora”, dijo otro palmirano de los sectores populares.
Y así los murmullos sin nombre se siguen manifestando:
El caso que más ha conmocionado al sector ha sido el del comerciante Gustavo Zúñiga, asesinado hace casi un mes en plena galería. “Él se atrevió a denunciar, les hizo frente a los extorsionistas ¿y no lo mataron? Entonces, para qué dicen que llamen si no hacen nada”, reclamó otro de los afectados, antes de señalar que el monto de las ‘vacunas’ que les son exigidas oscila entre los 20 y los 30 millones de pesos mensuales.
Y otros repiten de nuevo:
“No hay confianza en las autoridades”.
“La corrupción está en todos los niveles. Ellos -la Policía y las autoridades en general- saben quiénes son y no hacen nada”.
“Mientras uno sepa que la corrupción está entre ellos mismos no va a denunciar, porque los delincuentes no perdonan”.
Quienes profirieron estas tres frases no quisieron dar sus nombres. No hay cifras certeras sobre la microextorsión. Los afectados no denuncian porque temen retaliaciones. Alguien aseguró que quien denuncia ante las autoridades termina muerto. De la misma manera piden a los periodistas omitir sus identidades. Así van pasando los días y la línea 165 sigue llenándose de polvo.
“¿No tienen conocimiento las autoridades sobre quiénes giran esas organizaciones y los pequeños imperios sobre el cual están fundamentados?” se pregunta Fernando Estrada. Lo que si queda claro es que la comunidad no confía en sus instituciones. Mientras tanto las páginas de los periódicos se siguen llenando de comerciantes muertos, y los hechos de sangre siempre son “materia de investigación” sin saberse con certeza su causa. Esto ocasiona que la incertidumbre siga echando raíces entre los demás comerciantes y el resto de la comunidad.
El Banco Mundial indica que el crecimiento económico de una familia en una década debe superar el 30% para lograr la estabilidad de ingresos. En ciudades intermedias como Palmira, este incremento no pasa del 20%, lo que se traduce en el desmejoramiento de la calidad de vida, la pérdida del trabajo, el subempleo y la pérdida del ingreso de los bachilleres a la educación superior. Todas estas variables hacen del crimen una opción cada vez más cercana.
Para hacerse sicario o jíbaro hay que hacer carrera. Los niños de los barrios pobres empiezan como campaneros o mandaderos. Avisan a las ollas (expendio de droga) cuando viene la policía para que estén alertas, o cuando viene un cliente, ellos están dispuestos a ingresar y comprar las dosis. Por el mandado cobran la liga, es una forma fácil y rápida de conseguir dinero. Si la policía los captura los dejan ir por ser menores de edad. La mayoría de quienes logran entrar al colegio, lo abandonan al poco tiempo.
Luego se integran a las pandillas del barrio, consiguen un arma y empiezan a robar en otros sectores, nunca en el mismo barrio. Llega el día en que los ves en moto y te preguntas de dónde han sacado el dinero, pregunta tonta. Los nombres de los más terribles empiezan a ser conocidos en el sector. Nombres llenos de proezas, de crímenes asociados con bandas criminales, paramilitares o pandillas organizadas. Luego vienen los enemigos y la mayoría muere bajo la ley de su propio hierro. Los más afortunados se los llevan a las cárceles a pagar sus crímenes. Así se mantiene el ciclo constante de nunca acabar.

La zona suroriental del Valle del Cauca donde se encuentra Palmira con otros municipios más pequeños, ha sido desde hace décadas corredor geoestratégico hacia los departamentos de Cauca, Huila y Tolima. Los actores armados de esta zona han sido principalmente las FARC, grupos armados al servicio del narcotráfico, y grupos paramilitares como el Bloque Calima. Y si a estos actores se les suman los reinsertados de grupos ilegales que vienen de otros municipios y territorios a delinquir, la situación se hace invivible.
A veces la indolencia del gobierno y de las autoridades municipales deja mucho que desear, como si su lema fuera: dejar hacer, dejar pasar.
Dos ejemplos desafortunados: en 2004 fueron destituidos 18 concejales del municipio por un enredo en la elección del personero municipal. En 2011 el alcalde Raúl Arboleda fue inhabilitado para ejercer su cargo por haberse extralimitado en sus funciones. Otro personaje político reconocido en la ciudad más por los escándalos que por su buena gestión es Miguel Motoa Kuri, alcalde durante el período 2001-2003, un hombre que estuvo encarcelado por enriquecimiento ilícito y es conocido también por sus constantes demandas a periodistas y veedores ciudadanos, quienes denunciaban públicamente sus andanzas.
Y este es apenas un panorama de la historia política reciente de la ciudad.
Todas estas situaciones agravan la violencia porque la ciudad no anda, está inmóvil, es un milagro que aún sus palmeras oscilen al vaivén del viento y de los murmullos de las personas que se quejan, de las familias que lloran a sus muertos, de las mujeres que se enfrentan a los golpes dentro de las casas y de los comerciantes mudos. ¿Seguiremos viviendo bajo el Salario del Miedo?
¡Que buen reportaje! poco se escribe de la realidad social de estos municipios que son el resultado de los proyectos de ciudad de los enclaves azucareros…