Una mujer lucha contra los ejércitos, contra el tiempo y las instituciones. ¿Debe una persona que ha sido violada parir el hijo de su violador?
Por: Laura Parra
Fotografías: Miguel Orejuela
“No se aborta por falta de razón, se aborta por muchas razones”. Mesa por la Salud y la Vida de las Mujeres
Estamos sentadas en un pequeño sofá azul con flores y llevamos de visita alrededor una hora. Cada hora en Colombia violan a dos mujeres, según los informes de Derechos Humanos. A “La Rana”, de tez mestiza, cabello corto y piercing en la nariz, le suena el celular. La llaman de la Mesa por la Salud y la Vida de las Mujeres para decirle que una EPS ha trasladado desde el Putumayo a una mujer que necesita acompañamiento porque no le quieren hacer la Interrupción Voluntaria del Embarazo.
Tres meses antes, en medio de una hora cualquiera, Diana atravesaba el Meta con su hija cuando dos hombres detuvieron el bus y preguntaron por ella. Indicaciones: mujer blanca, 33 años, bajita, ojos claros y lleva una niña de 8. A ambas las echaron pa’l monte y mientras lloraban, a Diana la separaron de la niña. Dos hombres le quitaron a la carrera su blusa blanca, esa con montoncitos de pepitas que simulaban flores y le bajaron el jean a rejo. Mientras abusaban de ella, gritaban “Eso le pasa por sapa y por acá no vuelva”.
Diana permitió a sus estudiantes montar en un helicóptero del Ejército Nacional, en la visita que hicieron a su escuela como estrategia para ganar adeptos en un territorio controlado principalmente por paramilitares y guerrilleros. Sin darse cuenta, este hecho fue interpretado como un apoyo a los militares.
-Los hombres hicieron conmigo lo que quisieron, pero no me mataron-. Al caer la noche las dejaron allí, en medio de una nada entre el monte.
En los más de 50 años de conflicto colombiano, todos los grupos armados han abusado o explotado sexualmente a mujeres civiles, de sus propias filas o de los otros bandos. Como dicen las feministas de la segunda Ola, el cuerpo es un campo de batalla, y en la guerra, el abuso a mujeres ha sido utilizado para infundir terror, evitar la sublevación femenina, demostrar virilidad y superioridad ante sus oponentes. Las mujeres son para el patriarcado una extensión masculina, se ofende y se domina a las mujeres propias o se conquistan las de los otros. Por esto no la mataron, los señores de la guerra quieren que siga viva, la han marcado para que sepa que ellos mandan en la selva, el pueblo y en su cuerpo.

Diana renunció a la escuela de donde era maestra y llegó divorciada al Putumayo después de que su marido le pegara por haber sido violada. Hasta ese momento, para ella, él era un buen marido “con errores como todos los hombres”. Bajo esta expresión se acepta como natural los primeros síntomas de violencia machista. Desde el noviazgo, el compañero de Diana la celaba, quería controlar su tiempo, las actividades que realizaba y la forma en que vestía. Un día, Diana amaneció decidida a vencer el miedo, a no callar más, a ser suya. Arregló a la niña, se la recomendó a su mamá, caminó hasta donde su comadre y ambas se fueron para la Estación de Policía a denunciar el abuso sexual. Allá les dijeron que no podían hacer nada y las despacharon.
Esta maestra rural, madre orgullosa de su hija Tatiana, dio media vuelta con la frente en alto y caminó callada tratando de organizar su panorama: acudir a una curandera, utilizar brebajes, sondas, alambres o sombrillas. Estaba claro que no quería seguir en esa situación embarazosa.
Llevadas por la desesperación y el abandono, por las ganas de remendar la vida, cada año cerca de 68 mil mujeres mueren alrededor del mundo por abortos clandestinos. En Colombia, de acuerdo con la Organización Panamericana de la Salud OPS, el aborto constituye la segunda causa de muerte materna. Diana se alejó de estas estadísticas sin darse cuenta, al ser atajada por un funcionario de bajo rango que la había escuchado y le comentó en susurro que había oído de unas fundaciones en Bogotá que apoyaban a las mujeres que querían abortar.
En medio de ese pueblo empolvado, de calles rotas y anchas donde se alcanza a percibir el zumbido de la selva, Diana y su amiga entraron a una cabina de Internet y teclearon en google “Aborto Colombia”. Encontraron la página Orientame.org.co. En menos de un minuto, había hablado con la señora regordeta que atendía el local, le había preguntado por sus hijos, y como quien no quiere la cosa, pidió el teléfono de larga distancia, “ese el del fondo para que no me entre el ruido”. En verdad lo que quería era que no saliera ningún soneto de su conversación. Cerró la puerta de la cabina y marcó el 2855500 en Bogotá. Al otro lado de la línea, una mujer le explicó que existía la sentencia C-355 de 2006 por la cual la Corte Constitucional despenaliza el aborto bajo tres causales: en caso de abuso sexual; cuando el embarazo representa un peligro para la salud y la vida de la mujer, y cuando exista grave malformación del feto que haga inviable su vida.
No se cómo llegó a esta página , cuando yo escribí las mismas palabras, el buscador me arrojó como primer resultado www.abortocolombia.com, una web que dedica la mayoría de su contenido a comentar los “grandes riesgos” para la salud que traen los abortos, enfatizando en la infertilidad. Éste es alguno de los tantos mitos que persisten, a pesar de que la OMS publicara en el 2003, el documento Aborto Sin Riesgos en el que explica que “Los procedimientos y las técnicas para finalizar un embarazo en etapa temprana son simples y seguros. Cuando se lleva a cabo por profesionales de la salud capacitados y con equipo apropiado, una técnica adecuada y estándares sanitarios, el aborto es uno de los procedimientos médicos de menor riesgo”, tan seguros como una sutura en un dedo.
El caso es que Diana agarró a su amiga del brazo, pagó los cinco mil a la señora regordeta y ambas se dirigieron a la Comisaría de Familia para poner el denuncio. Luego se fueron para Selva Salud, la EPS del Régimen Subsidiado a la que Diana pertenece desde que renunció en la escuela del Meta. Los funcionarios se tomaron 20 días en darle respuesta, le pidieron más pruebas y objetaron conciencia.
Como las EPS saben que “la objeción de conciencia es individual y no institucional y puede ser aducida sólo por el personal médico, más no por el personal auxiliar ni administrativo” y tienen la obligación de prestar el servicio, le hacen conejo a la ley remitiendo a la paciente de hospital en hospital para que pasen los meses, la barriga crezca y la mujer pare la solicitud. A Diana la trasladaron a Mocoa y allí le dijeron que no le podían hacer el procedimiento porque los dos médicos objetaban o alegaban que era arriesgado en su nivel de gestación. Diana siguió insistiendo, no entendía muy bien en qué consistía el susodicho procedimiento pero le quedaba claro que en Colombia no hay límites de semanas para interrumpir el embarazo, porque la Corte ya se imaginaba que se iban a presentar demoras y, ante todo, prima el derecho de las mujeres a decidir sobre sus cuerpos.

Mucho gusto
A esta hora Diana está en la Clínica Colombia, antes llamada Clínica Santillana, en el sur de Cali. Está en el piso Materno Infantil rodeada de enfermeras que la llaman mamita. Nosotras nos encontramos allí porque ella no quiere serlo. La Rana entra y yo espero afuera. Ya adentro, busca al médico encargado del caso, un hombre blanco de más o menos 38 años, con argolla de oro y Blackberry en mano.
-Mucho gusto Doctor, somos de la Red Colombiana de Derechos Sexuales y Reproductivos de la Mujeres, una red que funciona a nivel nacional y como su nombre lo dice, se dedica a asesorar a mujeres para que puedan ejercer sus derechos. Venimos a acompañar a Diana durante el procedimiento de interrupción del embarazo. ¿Usted podría darme más información sobre su situación?
El médico, sin dejarla terminar, contesta que la mujer tiene papeles falsos y tanto él como la clínica dudan que su caso sea amparado por la ley.
-“No quiero terminar en la cárcel”, afirma.
Los viernes son terribles
Después de media hora, La Rana sale a mi encuentro y al de Jime, una amiga suya que ha llegado, para que busquemos a la enfermera Jefe en el tercer piso, solicitemos la historia clínica de Diana y especialmente, la denuncia en la que atestigua sobre su abuso sexual. Jime y yo bajamos por las escaleras, el ascensor no se detiene en ese piso a pesar de que hay mujeres embarazadas y señoras con bastones; entramos a una oficina y preguntamos por la enfermera Jefe, que, aseguran, anda de ronda.
Al identificarnos como miembros de la Red Colombiana de Derechos Sexuales y Reproductivos, la enfermera jefe sale de su cubículo ostentando en su cuello una cadena de oro con un crucifijo. Al vernos dice “la maravillosa denuncia está escrita a mano y bien podría haberla hecho yo, además no se hizo en ninguna fiscalía”. En efecto hay una declaración escrita a mano, pero está acompañada de una hoja tamaño oficio con membrete oficial y caligrafía de impresora estatal, (esa de punto que es carísima y suena horrible). Este documento lo tiene el médico, pero sólo lo muestra al saber que La Rana no se va. Al verlo y comprobar que el documento es legal, ella apela, cual sirena griega, a su tono más conciliador y pronuncia:
-Doctor, qué pena con usted, pero este papel es suficiente para realizar el procedimiento, además la mujer ya tiene escrito el consentimiento.
Mientras tanto, saca de su taleguita azul, recuerdo de algún encuentro feminista, la cartilla morada que explica la ley y lee:
-En caso de haber sido víctima de violación y decide interrumpir su embarazo, debe presentar la denuncia ante alguna de las siguientes entidades. La Rana sube su tono de voz, hasta ahora suave, mira al doctor a los ojos y sigue. Comisarías de familia, Inspecciones de policía, Unidades de Reacción Inmediata URIs, Policía Nacional, Unidad de delitos contra la libertad sexual y la dignidad humana de la Fiscalía o en la Unidad de delitos sexuales y menores del CTI.
Ante esto, el médico, preocupado ante el posible incumplimiento de la ley, responde que la firma dice “comandante encargado”.
-“Usted sabe que las mujeres son tremendas, quizá le pagó a cualquiera para que firmara. Además, ¿quién me dice que esta historia es verdadera?”.

¿Es verdadera?, ¿es verdad que usted piensa que esta mujer se inventó el abuso, que finge el miedo, el ser perseguida por los grupos armados, que quiere estar con su hija y celebrarle la primera comunión; volver a ser maestra; que quiere estar viva?, ¿Hasta cuándo, las mujeres vamos a ser tratadas a priori como mentirosas? Ninguna mujer quiere ser abusada. No sea cómplice de la guerra, no vuelva chisme el testimonio de ésta mujer». Pienso al otro lado del vidrio mientras escucho la conversación.
-Muéstreme que no me va a pasar nada, qué papel me pueden firmar.
-Doctor, pero le estoy mostrando lo que dice la ley, esta mujer tiene los papeles en orden y pues, firmó un encargado porque ella vive en un pueblo donde el Comisario tiene a su jurisdicción más pueblos y no va todos los días.
La Rana sabe que es viernes y el médico se está zafando para que el lunes le toque otro médico, el tiempo pase y la barriga crezca. Es hoy u hoy, así que llama a la fundación Sí Mujer y sus líderes, famosas por la defensa de los derechos sexuales y reproductivos, llaman al Ministerio de Salud. La Rana habla con el Señor del Ministerio, lo comunica ante el médico y él, abusando de los pocos minutos de la recarga de La Rana, pide que le envíen una autorización para realizar el procedimiento.
Al otro lado de la línea, el señor del Ministerio se niega a dar la autorización porque es una solicitud ilegal y le recuerda que la sentencia es explícita al dictar que “la discriminación en la prestación del servicio, las dilataciones injustificadas o las barreras administrativas darán lugar a sanciones institucionales (como multas y cierres del establecimiento)”; e igualmente sanciones disciplinarias y penales a individuales. Cita como ejemplos los juicios que se adelantan a la EPS Coomeva y a la clínica San Ignacio de la Universidad Javeriana, en Bogotá.
Al oír esto, el doctor se despide dando las gracias y ordena a la enfermera empezar a suministrar Misoprostol, medicamento avalado por el Ministerio de Salud y recomendado por la OMS.
La Rana entra a la habitación de Diana a decirle que todo va a estar bien cuando es interrumpida por la enfermera, el procedimiento empezará dentro de unos minutos y la paciente debe estar sola.
Seis años de cumplirse…. a medias
Salimos exhaustas de la clínica después de casi cuatro horas, caminamos hacia una cafetería de enfrente y al tocar las sillas plásticas tostadas por el sol, caemos derretidas. Es un alivio salir de ese olor a medicamento y respirar el aire urbano, así esté contaminado. Pedimos cuatro cervezas, otra amiga ha llegado a este odiseíco día y bebemos con gracia.
Estoy quitándole el papelito a la botella, miro hacia abajo y pienso en cuántas mujeres hacen la ruta de manera correcta y les niegan el aborto. La ley se cumple, pero ¿a qué costo? En lo corrido de estos seis años la ley ha amparado a cerca de 4.521 mujeres, pero cada año abortan ilegalmente cerca de cuatrocientas mil. Mujeres protegidas por la ley son ignoradas por las EPS. Todas no corren con la suerte de ser comunicadas directamente con el Ministerio, ni el país está copado de feministas que las orienten. Cuántas mujeres ven crecer sus barrigas en contra de su voluntad… cuántas están muriendo para que no crezca más.
La Rana me tranquiliza, cada caso en el que una mujer ha podido decidir sobre su cuerpo es un logro, la ley cojea pero avanza. Sonrío y brindamos.
-¡Salud Sexual!

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