• Skip to primary navigation
  • Skip to content
Ciudad Vaga

Escuela de Comunicación Social - Universidad del Valle

  • REPORTAJES
  • FOTOREPORTAJES
  • MIRADAS VAGAS
  • Show Search
Hide Search

PRIMERO TU VIDA, SEGUNDO TU VIDA Y TERCERO TU VIDA

6 septiembre, 2019 Por admin


Mientras la guerra en Buenaventura se acrecienta, un exmilitante intenta su propio proceso de reparación. ¿Cómo se reconstruye la propia vida cuando se ha acabado con la vida de otros?


Por: Ana María Posada

“Tengo una historia muy bonita que contarles. Para mí es bonita porque ya la superé. Hace cuatro años estuve en las filas paramilitares…”.

Cuando lo vi pararse frente a los chicos del campamento, no le calculé más de veinticuatro años. Después supe que tenía veintinueve. Por su contextura delgada, parecía más joven; pero su mirada taciturna irradiaba una madurez de carácter, señal quizás de las experiencias de su vida. Les hablaba a los jóvenes con tal propiedad y convicción que todos, incluso los más inquietos, escuchaban con atención y en silencio, la misma historia que luego me contaría con más detalles, mientras conversábamos en una banca bajo el sol del medio día.

La semilla del rencor

Jair nació en el Chocó, el único departamento de Colombia con costas en los océanos Pacífico y Atlántico, pero pasó solo una parte de su niñez en su tierra. Su padre enfermó cuando tenía seis años y antes de morir encargó a un primo su crianza. Tiempo después de quedarse huérfano, Jair fue llevado a Buenaventura, el principal puerto de Colombia, donde se crió con un tío.

A sus veintidós años, despechado por un amor no correspondido, con el corazón lleno de rencor y sin ganas de seguir adelante, Jair comenzó a pensar en la propuesta de un amigo para unirse a los paramilitares. “Yo en los paramilitares nunca me había visto, pero lo pensé y lo hice porque en Buenaventura presencié el asesinato de un tío que me generó mucho deseo de venganza”. Tenía doce. Era tan solo un niño cuando vio como lo asesinaron. El tío hacía negocios con “Las Águilas Negras”, un grupo de narcoparamilitares y con la guerrilla; ellos le daban bazuco y él lo vendía. Un día se gastó la plata que debía entregarles y no le dieron tiempo para reponerla. Esa deuda la pagó con su propia vida. En la época que presenció la muerte de su tío, Jair no tenía conflictos, pero comenzó a pensar en el asesino de su tío como un enemigo más para su familia. “Si él hizo eso con mi tío, tampoco merece vivir”, pensaba.

Jair fue creciendo con rabia y con deseo de venganza. “Siempre estaba ese rencor… me dije yo cobro venganza, cobro, cobro. No la cobré yo, pero sí lo hizo otra gente”.

Durante dos años abandonó sus estudios, y al poco tiempo se encontró con un amigo que no veía desde seis años atrás, “ve Jair, mirá que yo soy paraco y no tenemos mucha garantía, pero el pago es constante”. Para ese entonces, el sueldo era setecientos mil pesos mensuales. “A veces se demoraba dos, tres meses; cuando llegaba, pues le llegaba a uno ahí, completo”. Jair le respondió a su amigo que lo dejara pensarlo. Un año después Jair no tenía respuestas sobre el asesino de su tío. Nunca se olvidó del rostro del asesino, siempre lo tenía presente para reconocerlo el día que volviera a verlo. Ese fue el tiempo en que, según él, conoció a la mujer que cambiaría el rumbo de su vida. Una mujer que con el tiempo se convirtió en una razón más para enlistarse en las filas. “Es la mamá de mi hijo, tengo un niño de seis años y a pesar de que no sé si ella quería eso para mí, me vi obligado a caer en los paramilitares”. Decidió entonces llamar a su amigo Carlos y aceptó la propuesta que le había hecho un año atrás.

Entre las filas

Luego de ser presentado, fue bien recibido en el grupo. Estuvo tres meses en la zona de vigilancia. “Me dieron un arma corta, estilo revolver”. Fue iniciado en el barrio San Buenaventura, con un grupo de ocho personas. “Cada uno tenía su sesión, a mí me tocaba desde las seis de la tarde, hasta las seis de la mañana”. Dentro de sus funciones estaba la vigilancia constante, para evitar el raterismo y evitar tanto asesinato de los grupos denominados “guerrilla de barrios”. Así estuvo por un año, tiempo en que sufrió una notable trasformación. “Ya yo no era Jair, era otra persona. Si me miraban, sin importar que me estuvieran mirando bien o mal, yo pensaba: ¿este man qué tanto me ve?”. Se sentía sofocado por las personas, se sentía juzgado y señalado.

“Llegó un momento en que el grupo de la guerrilla, tomó rencor contra nosotros y allí se desató la guerra”. En medio de las persecuciones los paramilitares fueron abasteciéndose de armas más potentes. “Ya no fue revolver, pasamos a pistola; de la pistola, pasé a un fusil similar al que le dan al ejército; luego todos teníamos armas de alto cilindraje, armas más potentes”. De la zona pacífica les enviaban armamento para el combate. Tenían fusiles, granadas, Mini-Uzis y hasta una punto 50 de mano. “Nos olvidamos que había que cuidar el barrio, que teníamos que evitar el raterismo. Dejamos eso a un ladito y nos dedicamos a la guerra”. Si llegaban a encontrar algún infiltrado dentro de su grupo, tenían la obligación de matarlo, antes de que los delatara. Fuera el que fuera, posiblemente pagaba con su vida o con la de su familia. “A nosotros nos enseñaron, no lo he olvidado todavía, lo tengo presente como si fuera ayer: primero tu vida, segundo tu vida y tercero tu vida”. Si un compañero de Jair estaba en riesgo, no podía hacer nada por él, iba contra la norma; solo podía salvarse a sí mismo. “A mí me mataron un compañero de frente. Me dolió porque cuando lo van a matar a uno es una cosa muy dura, uno ruega mucho y él me rogó: “Jair, no dejes que me maten…”.

Jair no pudo hacer nada ante la súplica de su compañero. Si se oponía, lo jodían a él; ese día optó por alejarse y dejar que las cosas pasaran.

Estar en las filas, implicaba estar siempre listo ante el llamado del teléfono. Aunque estuviera con su familia almorzando, debía dejar todo y salir de prisa. “El Jefe está preso. Le decimos Norma, pero el nombre verdadero es Alex”. Entre sus compañeros había unos que venían de tierras más lejanas, “conocí uno que vino de Miranda, Cauca”. Muchos de éstos jóvenes prestaban apoyo en las zonas donde vigilaban.

Pasaron dos años y Jair cumplió el tiempo establecido para su trabajo en el barrio. Luego fue seleccionado en un grupo de 15 jóvenes para patrullar hacia los lados de Juanchaco. “Allá hay mucha guerilla”. Ir al monte era una nueva experiencia para Jair, no significaba un ascenso de rango, pero sabía que si volvía ileso podría ganarse el respeto de sus camaradas más jóvenes. “El que va al monte y viene, se gana el respeto de los que están en la ciudad”. En los tiempos libres, durante su estadía en esa zona cercana a Juanchaco, Jair y sus compañeros solían ir de fiesta a los pueblos cercanos.

“Éramos muy rumberos, un día había una fiesta en un pueblito y nos invitaron; allá ninguno sabía que éramos paracos”. Ese día dejaron sus armas en casa. Todo marchaba bien hasta que uno de sus compañeros se metió con la mujer de un guerrillero. En la misma fiesta había jóvenes paramilitares y guerrilleros, pero ninguno sabía. Antes de abandonar la fiesta, llegó el ejército de la Armada por vía marítima y se complicó la situación. “Usted sabe que el que la debe se asusta y ¡los que se abren!”. A pesar de que fueron alertados por un superior, el compañero de Jair se había quedado “encoñado” con la muchacha del guerillero. “En eso llegó el marido de la muchacha, y como nosotros nos acostumbramos a ser aletosos, ese man se reventó allí”. Los guerrilleros se dieron cuenta de que el grupo de Jair y sus amigos eran paracos y a las dos de la mañana los cogieron durmiendo.

En la misma fiesta había jóvenes paramilitares y guerrilleros, pero ninguno sabía

Jair y sus compañeros paramilitares comenzaron a escuchar los pasos de las botas chapuceando sobre el agua en la madrugada. Los guerrilleros usaban un camuflado similar al del ejército, pero se reconocían por el escudo bordado en sus uniformes. Chaleco, botas, guantes y un arma eran el único equipo con que contaba el grupo de Jair. En el instante en que fueron atacados estaban casi desnudos. El encargado de la vigilancia aquella noche, no se percató de la presencia del grupo enemigo y, cuando lo hizo, ya les habían caído encima a pura bala. “Yo fui el primero en salir de la pieza, estaba cerquita a la puerta, salí y miré luces, y yo pensé: la armada no es”. Al primero que vieron los guerrilleros fue a Jair, había salido indefenso. En ese instante siente ráfaga de balas. “Yo cerré esa puerta como pude, ¡muchachos se nos metieron!, ¡cómo así Jair!, parce se nos metieron, ¿quiénes?, yo creo que la Guerilla, güevón”.

La balanza de las oportunidades de sobrevivir se inclinaba en su contra, la guerilla tenía fusiles y ellos armas cortas, además estaban rodeados. “Nosotros no nos vamos a dejar matar por esos manes, salgamos con lo que tengamos”, les dijo Jair a sus compañeros. Cogieron el equipo y los “fierros” -pistolas y guacharacas- y salieron a combatir. “La verdad no sentí nada, entré al cuarto y me puse las botas; cuando caminé sentí las botas encharcadas… de agua, pensaba yo. Agua. Pero no era agua, era sangre”. Jair dice que nunca sintió el impacto de la bala. Solo sentía mucha rabia por el tiro que le habían pegado, tal vez la rabia y el temor entremezclados se habían convertido en su escudo contra el dolor. Aquel enfrentamiento que duró alrededor de media hora no dejó muertos.

No llevaba ni veinte días en el monte y Jair ya estaba herido. Llamó a su jefe en Buenaventura y le dijo que se iba, pues no aguantaba el dolor en su pierna; su solicitud fue denegada, debía estar un mes completo. “Con bala y todo me metieron al monte, corrí con suerte de que no me cogió el hueso”.

El grupo de Jair llegó sano y salvo del monte a Buenaventura. Pero nada bueno les esperaba en la ciudad costera. A su llegada se formó la guerra más espantosa. Los paramilitares se estaban disputando a sangre y fuego el control de Buenaventura, y en medio de los combates recibieron en sus filas a varios guerrilleros que optaron por desertar de las Farc.”Los quince que volvimos, andábamos como si hubiésemos bajado del cielo. Llegamos “picados a locos”, “aletosos”, crecidos…”. Jair llegó a matar gente para verla caer.

La primera vez

Mientras relataba algunos sucesos de su experiencia, su mirada se perdía por un instante en el horizonte; con la voz apagada, habló sobre la primera vez que mató. Cuenta que fue difícil, en la fotografía de su “misión”, pudo ver que se trataba de un conocido.

-Pruebe de qué está hecho.

-Dénme tiempo.

-Jair, no hay tiempo, su vida o la de él.

Jair espera a su víctima, un joven de 18 años, afuera del instituto donde éste estudiaba. El joven lo saluda y Jair le responde amablemente, se despide y comienza a caminar hacia su casa. Jair lo sigue con sigilo. A su espalda iba otro paramilitar del que no se podía fiar. Si Jair no cumplía con su misión, el otro tenía órdenes de matarlo. “Yo me llené de miedo y por el mismo miedo sentí fuerza”. Cuando la víctima le llevaba una distancia de quince metros, se volteó hacia Jair y lo llamó: “Jair ve, ¿qué pasa? y yo, no, nada. Vení te acompaño a la casa, le dije”. El corazón le latía mas rápido, miraba a su víctima y miraba hacia atrás, siempre con el temor de “ser quebrado” por la espalda. “Si no mato a este pelao, ese man me mata a mí”. Caminaban como un par de amigos, el estudiante iba un poco más adelante que Jair, cuando de repente, sin pensarlo mucho, Jair sacó la pistola nueve milímetros y le apuntó. “¡Uy Jair!, ¿qué vas a hacer?, pana, perdóneme, pero me toca”. Los ojos del muchacho se clavaron en la memoria de Jair. “Desde allí vine a ver que una persona sí ruega antes de morirse”. Le descargó dos tiros, no más; uno en el pecho y lo remató en la cabeza. Todos a su alrededor habían visto el crimen, Jair desapareció de la escena lo más rápido que pudo. “Llegué y las manos me temblaban”.

-Muy bien Jair, pensamos que no ibas a volver.

-Vení tomate un trago.

-No, no quiero tomar nada, quiero estar solo, quiero pensar bien lo que hice.

Pasados dos meses Jair ya no era la misma persona, los asesinatos se habían convertido en una forma de ganar ingresos adicionales y remediar las disputas pasionales. Avergonzado, cuenta que llegó a matar por cualquier motivo: “póngame usted el precio, ¿cuánto puede costar la vida de una persona?”, me preguntó. No tiene precio, le respondí. “Yo lo llegué a hacerlo por cincuenta mil pesos”. La vez que lo hizo por ese valor, lo hizo para ganarse el amor de una mujer, a quien deseaba intensamente y su novio se había convertido en un obstáculo. Algunos meses transcurrieron y a él ya le daba igual matar a éste o aquél; había dejado de sentir culpa, ya no se atormentaba. Hacía las “vueltas” por “encargos”, “lo buscaban a uno y… ¿cuánto está pagando?, estoy pagando un millón de pesos, póngale millón y medio; hágale, listo. Y al otro día estaba muñeco”.

Avergonzado, cuenta que llegó a matar por cualquier motivo: “póngame usted el precio, ¿cuánto puede costar la vida de una persona?”, me preguntó

Cuando le pregunté acerca de la policía, de cómo la evadían cuando cometían algún crimen, Jair me contestó que gran parte de los policías estaban de su parte. Algunos patrulleros se tomaban el trabajo de prevenirlos sobre los operativos: “muchachos, vamos a hacer registro por el barrio de ustedes, así que no queremos verlos porque no vamos solos, también va la Sijin y el Gaula”. Algunos policías les copiaban, otros no les seguían el juego y se convertían en verdaderos dolores de cabeza. Las personas del barrio también les tenían respeto, aunque Jair dice que era más miedo que respeto.

¿Desmovilizando el pasado?

Cuando haces el mal a otros todo se devuelve. Tal vez sea una especie de justicia divina o simple mala suerte; los compañeros de Jair así fue empezaron a ser “aniquilados”. Uno por uno fueron cayendo a mano de las autoridades. Una vez la Sijin mató a tres de sus compañeros y la policía a otros más. Después de ver cómo asesinaban a sus camaradas en Buenaventura, Jair se obligó a sí mismo a pensar en dejar las filas por su seguridad. Se encontraba en Cali en una “misión especial”, cuando fue alertado por la llamada de un amigo: “Jair, no se venga porque están matando a todo el que sea paraco”. Jair, atemorizado, decidió perderse un tiempo y ocultarse. “De Cali pegué pa El Naya, eso es zona cocalera; estuve un año allá y luego llegué a Jamundí. Paré otro año allá y luego terminé en Palmira”.

Cansado de escapar, un buen día regresó a Buenaventura y vio todo normal. Se reencontró con algunos viejos amigos, aunque a otros no los pudo ver más. Había gente nueva en las filas. El jefe que lo mandaba fue capturado y hoy se encuentra preso en Buenaventura, algunos ex compañeros también. “En ese barrio éramos alrededor de 90, y hoy si viven 30 es mucho”. Con el nacimiento de su primer hijo se propuso cambiar, “tengo que darle un ejemplo de vida a mi hijo, cuando crezca no quiero que le digan: tu papá era tremendo sicario”. En el 2004 entró en vigor el programa de desmovilización del presidente Uribe y Jair decidió desmovilizarse. ”Me dieron el contacto. De propiedad tenía un revolver y una pistola; entregué eso. Lo primero que hice fue una limpieza de mi hoja de vida, el expediente que tenía, fue borrado”. Nunca conocí la cárcel, no sé si estoy reseñado con la Ley”. Jair ahora camina tranquilo por las calles, pues ya no aparece reseñado.

La entrevista está llegando a su fin, llevamos charlando cincuenta minutos, llega el bus que llevará de regreso a los chicos del campamento. Antes de la despedida Jair me dice: “Aprendí bastante, aprendí cosas malas y ahora le doy gracias a Dios que estoy cambiando”. En el barrio donde estoy viviendo, en Villa Diana, soy gestor de paz”. Apoyado por el programa de inclusión social PEIS del Alcalde Riter López, se convirtió en el vocero de éstos jóvenes, algunos pertenecientes a una de las más peligrosas pandillas de Palmira. Ese domingo por la mañana en el campamento se paró frente a todos los jóvenes y les contó sin pena su historia, “porque es bueno que la violencia la dejemos todos”.

El rencor y la rabia de su corazón han desaparecido, dice. Se separó de la madre de su hijo desde hace siete años, pero visita al niño en las vacaciones. Ahora tiene una nueva prometida y espera con ella un hijo. “Pienso darle un buen futuro a mis hijos, para que no caigan en lo mismo que caí yo”. Se gana el dinero como ebanista, trabaja con enchape, estuco y pintura. El gobierno no le colabora como le había prometido cuando se desmovilizó. Jair quiere escapar de su pasado, no quiere volver a vivir en Buenaventura porque afirma que “la mente y el corazón son débiles”. Sueña con ver a sus amigos también desmovilizados, antes que muertos.

Jair aspira convertirse en un gran gestor de paz, llegar a los Jóvenes de los barrios más bravos y difíciles. Le gustaría seguir tocando corazones por medio de su historia y dar ejemplo, como él dice, a muchos que están perdidos. “Ojalá puedan escuchar muchas personas, que para Dios y para uno mismo, hay que darse una oportunidad. Yo por lo menos hice tanto daño y ahora me arrepiento. Si por mí fuera devolvería el tiempo, por la gente que asesiné, para devolverles lo más preciado que hay, la vida”.

Comparte

Filed Under: REPORTAJES

Comentarios

Conectar con
Permito crear una cuenta
Cuando inicia sesión por primera vez con un botón de inicio de sesión social, recopilamos la información de perfil público de su cuenta compartida por el proveedor de inicio de sesión social, en función de su configuración de privacidad. También obtenemos su dirección de correo electrónico para crear automáticamente una cuenta para usted en nuestro sitio web. Una vez que haya creado su cuenta, iniciará sesión en esta cuenta.
No aceptoAcepto
avatar
Este formulario de comentarios está bajo protección antispam
Conectar con
Permito crear una cuenta
Cuando inicia sesión por primera vez con un botón de inicio de sesión social, recopilamos la información de perfil público de su cuenta compartida por el proveedor de inicio de sesión social, en función de su configuración de privacidad. También obtenemos su dirección de correo electrónico para crear automáticamente una cuenta para usted en nuestro sitio web. Una vez que haya creado su cuenta, iniciará sesión en esta cuenta.
No aceptoAcepto
avatar
Este formulario de comentarios está bajo protección antispam

Boletín

Ciudad Vaga

Contacto:
kevin.alexis.garcia@correounivalle.edu.co

Escuela de Comunicación Social
Universidad del Valle
Cali, Colombia
© 2020

wpDiscuz