El dos de marzo del 2007, Robinson Lotero, un cabo primero del batallón José Hilario López de Popayán, fue enviado con su grupo de soldados a hacer un registro a la zona rural del municipio López de Micay, en el Cauca, cerca de la desembocadura del río Micay. La orden era permanecer durante ocho días en el lugar, determinar si había presencia guerrillera y examinar los posibles campos minados.
Por: Jefferson Ospina
Los quince soldados que conformaban el grupo armaron un pequeño campamento cerca de la casa de unos campesinos no hallaron nada. Al octavo día regresaron. Caminaron un tramo y luego fueron recogidos por cuatro pequeñas lanchas en el río que los llevaría hasta el campamento principal.
Robinson iba en la última lancha. Hubo un corto silencio acompañado por el sonido del motor sobre el río y el agua removida; luego, empezaron los disparos: un grupo de guerrilleros había preparado una emboscada y disparaban con dirección a la lancha. Los soldados se lanzaron al río abandonando sus chalecos, procurando no perder los fusiles ni las armas, intentando nadar hasta la orilla contraria al ataque. Las balas penetrando en el agua, soldados nadando torpe y desesperadamente, los disparos rozándoles.
Al llegar a la orilla se escondieron entre los arbustos: no miraban, mantenían los ojos quietos hacia la otra margen del río, sin ver, apenas experimentando la rotunda soledad, la cercanía a la muerte. Oyeron gritos, otros disparos media hora antes de que volviera el silencio vasto de esa selva, luego Robinson supo que cuatro de sus soldados habían muerto, entre ellos, su mejor compañero.
Dos cuerpos habían seguido la corriente. Los otros dos yacían entre ellos, cada uno de esos hombres observaron el montículo ya insensible y manchado de sangre y tierra. Robinson se había graduado meses antes de la escuela de suboficiales. Ahora, la aturdidora experiencia de la muerte en la guerra le había atravesado las fibras más sensibles. Durante la semana siguiente no pudo dormir; lloraba en las noches largas y llenas de las imágenes y el miedo de sus soldados muertos. Aquella fue la más dura experiencia durante la guerra. “Eso me llevó al límite”. A sus 22 años, Robinson, de baja estatura y espalda ancha y recia, tez blanca, nacido y crecido en el pueblo remoto de Aguadas, en el norte de Caldas, era un hombre que había soñado con jugar fútbol, que tocó la trompeta en la banda de músicos de su pueblo. Un hombre que con 19 años había decidido ser militar en marzo del 2006, cansado de buscar empleo y decepcionado de los bajos salarios. Recibió una propuesta que no podía rechazar. Su tío lo llevó a la Escuela Militar Inocencia Chicó, en Tolemaida. Después de hacer un préstamo para pagar la matrícula, entrenó durante dieciocho meses para luego ser enviado como suboficial del Ejército al departamento del Cauca. Una vez graduado, tardaría dos años en pagar aquél préstamo.
Los mercenarios
En 1998, el exoficial de la Armada de EE.UU, Erik Prince, fundó la compañía Blackwater, una especie de milicia privada dedicada a ejecutar operaciones especiales para el país norteamericano en Medio Oriente; también se encargaba de prestar vigilancia al sector privado, e incluso, realizaba labores de inteligencia para la C.I.A.
La Blackwater estaba compuesta por más de 900 soldados estadounidenses que fueron entrenados en una zona de entrenamiento diseñada por Prince en el Gran Pantano de Virginia. La compañía llegó a firmar contratos con el Gobierno estadounidense por más de 1.600 millones de dólares para la defensa de los intereses norteamericanos en países de Medio Oriente, especialmente en Irán.
Fue hacia septiembre de 2007 y después de un “confuso” ataque a civiles iraníes en Bagdad, en el que murieron 17 personas y 24 resultaron heridas, cuando las mismas autoridades norteamericanas iniciaron varios procesos de investigación sobre las acciones que los mercenarios de la Blackwater estaban realizando en Medio Oriente. La compañía fue investigada por varios ataques a población civil en Bagdad y Afganistán.
Ese mismo año, Prince renunció a la dirección de la Blackwater para reaparecer en 2011, después de que el Príncipe de Abu Dabi, Mohamed bin Zayed al-Nahyan, lo contratara para la creación de una milicia de mercenarios que defendiera a los Emiratos Árabes Unidos ante las amenazas que la serie de conflictos enmarcados en la denominada “Primavera Árabe”: un posible ataque de Irán por la soberanía sobre las islas Abu Musa, Tumb Mayor y Tumb menor del Golfo Pérsico. Ante la necesidad de defender sus reservas de petróleo y con un ejército débil e inexperto, el Príncipe contrató a Prince bajo las órdenes de que formara con los soldados más expertos que pudiera encontrar, un batallón de 900 mercenarios que vigilarían la frontera, los pozos de petróleo y las vidas de los Jeques.
Un batallón de 900 mercenarios que vigilarían la frontera, los pozos de petróleo y las vidas de los Jeques
Inicialmente llegaron cerca de 500 hombres de las zonas con mayores conflictos armados: Surafrica, Colombia, EE.UU., Francia e Inglaterra. Los soldados fueron entrenados por varios hombres con carreras militares semejantes a las de Prince. Tres regimientos fueron destinados a defender las fronteras, los pozos de petróleo y a cuidar las espaldas de los jeques.
Se ignora cuántos colombianos hicieron y hacen parte de la milicia privada de los Emires. Es imposible saberlo: se trata de soldados retirados que son contactados mediante una falsa firma que dice requerir ayudantes de cocina, obreros de construcción, jardineros, albañiles o panaderos. Entre los propios militares hay quienes aspiran a ser mercenarios: “se gana mucho más por lo mismo”. Decenas de soldados hacen sus carreras militares con el propósito de salir de esta guerra y llegar a Medio Oriente.

En otra guerra
Ocho compañeros de Robinson ya están en Dubai. Salieron hace poco menos de un año. Algunos son expertos paracaidistas, otros, antiexplosivos o antiguerrillas. Robinson fue comandante de la Unidad Antiexplosivos que operaba en el norte de Antioquia.
Su trabajo consistía en desactivar vastos campos minados cerca al golfo de Urabá. Llegó a desactivar hasta 24 minas quiebrapatas durante un día. En el comando veía a los soldados mutilados, sobre sillas de ruedas, ciegos o sordos. Había entrado a los antiexplosivos sin convicción. Su comandante le dijo un día: “Lotero, haga el curso antiexplosivos y váyase a la zona”. Él contestó que no quería hacerlo. “Entonces no haga el curso, pero se va para la zona, como quiera”, fue la respuesta del superior.
Llegó a desactivar hasta 24 minas quiebrapatas durante un día
Aquello era el horror cada día. “Uno llegaba a ver hasta cien soldados sin piernas o sin brazos o ciegos. Yo no quería nada de eso”. Sin brazos. Sin piernas. Oscuridad total. Así que al cuarto mes Robinson pidió la baja. Fue hasta donde su comandante y dijo: “Señor, me retiro del Ejército”. Su comandante lo miró por un momento, en silencio. “¿Por qué se retira, Lotero?”. “Porque yo quiero casarme y tener esposa e hijos, y a uno sin piernas no lo quiere nadie, señor”, eso respondió Robinson.
En 2010 no le quedaba más que la historia, las imágenes: la experiencia brutal y desoladora y aplastante de tres años de guerra. Pero ya sabía a qué se dedicaría. Algunos de sus compañeros del ejército que habían viajado a Emiratos Árabes como mercenarios le decían que él tenía el perfil apropiado pues había experimentado la guerra extrema de nuestro país y había sobrevivido. Conocía las técnicas para realizar emboscadas. Padeció una de ellas aquel día, en el río Micay, quizá el día más atroz de su vida. Además era un especialista antiexplosivos. Era el hombre. Para ser admitido en la milicia mercenaria de los emires debía tener unas especialidades, ser paracaidista y tener conocimientos de antiexplosivos y contraguerrilla.

Él era un antiexplosivos, la razón por la que había abandonado el Ejército era la misma por la que podría ser un mercenario. Así que, después de contactarse con la firma mercenaria en Colombia y presentar algunos exámenes físicos y psicológicos, habría de viajar a Dubai a la base de entrenamientos Ciudad Militar Zayed, ubicada en medio del desierto. Por cerca de tres meses no vería nada más que la delicada e implacable arena. Estaría en la base, cumpliendo jornadas de hasta 24 horas. Pero no importaría, aquello no sería nada nuevo para él. “Cuando hice el curso de suboficial del Ejército, una de las cosas que aprendí es que uno sí es capaz de dormir parado. ¿Me entiende? Yo aprendí a dormir parado, mientras hacía una fila o me formaba. Uno entrenaba todo el santo día”. De modo que no será muy difícil. Le pagarán cinco veces más de lo que ganaba en el Ejército colombiano. Ganará cinco millones. No le harán descuentos. Ese dinero será consignado a una cuenta en Colombia de la que su familia retirará la cantidad que él autorice. Dependiendo de su rendimiento en el campo de entrenamiento lo enviarán a vigilar las fronteras, los pozos de petróleo o las vidas de los jeques. Tendrá que enfrentarse con especialistas guerrilleros de Hamas. Nadie sabe cuántos terroristas de esa organización residen en los Emiratos. Solo se sabe que están allá, que caminan, que planean ataques, que buscan desestabilizar la economía de los Emiratos. “Pero eso no es nada, o eso es lo que me dicen mis amigos. Ellos dicen que en Colombia las cosas sí son duras, son realmente difíciles. Allá hay muchos intereses, eso está muy defendido, así que es mucho más fácil”.
Sí, según las estadísticas ofrecidas por el mismo Prince a un diario norteamericano, en 40.000 misiones que sus milicianos han ejecutado, solo han tenido que disparar en 200 ocasiones. Ninguno de sus soldados ha muerto. Los Emiratos son una de las naciones en el mundo con los índices más bajos de violencia.
Así que no habrá mayores problemas. Extrañará a su familia, a su novia, a sus padres. Tolerará la dureza del desierto, oirá ecos cercanos de las muertes en Siria y en Irak, considerará a Irán como su mayor enemigo -sin llegar a comprenderlo quizá- y en doce meses habrá ganado una suma que en Colombia hubiera requerido su vida completa para reunir. Si durante ese tiempo su trabajo satisface a los Emires, entonces, será requerido de nuevo.
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“¿Sabe algo?” dice Robinson, “la guerra es un buen negocio para el que lo sabe manejar”.

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