Mary Taquinás siente que en su pueblo lo que hacen es legal y no una actividad ilícita como lo ven desde afuera. Para ellas es normal porque es el trabajo que todas tienen y del que se están beneficiando.
Por Viviana León, María Eugenia Muñoz, Daniel Diaz, Karla Sofía Mancilla y María Victoria Montes.
Enero 18 de 2022
Doña Miryam es una mujer mestiza de unos 40 años. Tiene dos hijos adultos y un nieto bebé que es su adoración. Su casa, en la que vive con su esposo Albeiro, está ubicada en la vereda San Diego a 10 minutos del Resguardo Indígena de Tacueyó, en la vía a Toribío. En la parte trasera de la vivienda tiene un cultivo de 300 matas de marihuana y varios semilleros de la misma planta en diferentes etapas de crecimiento.
Mientras tomamos un chocolate para calentarnos, cuenta que gracias a su trabajo como cultivadora logró sacar a sus hijos adelante y darles estudio. Explica que con esta labor “ya no hay hambre, ya no hay tanta necesidad, ya se vive más dignamente.” Antes de trabajar con la marihuana, su único modo de sustento era salir del pueblo hacía la ciudad para internarse en una casa como empleada de servicio; sin embargo, dice con tristeza: “el pago era tan precario que a mis hijos les tocaba aguantar hambre”.

Territorio indígena Nasa
Toribio es un municipio habitado por la comunidad indígena Nasa Páez. Está ubicado al norte del departamento del Cauca, a 2 horas de la ciudad de Cali. Tacueyó es uno de los resguardos donde la legislación indígena convive con la ordinaria. Debido a esto su división geográfica y política atiende tanto a la norma estatal como a la dictada por las autoridades tradicionales del cabildo.
Después de dejar el Valle por el sur, se encuentra Santander de Quilichao, el centro económico del norte del Cauca. Caloto es el municipio vecino y dejarlo para comenzar a trepar la montaña significa entrar a territorio toribiano. Al costado derecho se encuentra el río Palo que se profundiza a medida que se sube la montaña. Al izquierdo, las laderas de la cordillera. En algunos puntos de estas pendientes se encuentran letreros pintados o carteles alusivos a las FARC, que alternan con afiches rojo y verde distintivos del movimiento indígena. A lo lejos se ven cuadros de cultivos grandes, que se alcanzan a identificar por su color, verde claro para la coca y verde oscuro para la marihuana.
Tacueyó es un pequeño pueblo enclavado en la cordillera central. Tal vez se ha escuchado de él por ser una zona de influencia de la antigua guerrilla de las FARC y por los crudos combates que se libraron a sangre y fuego. Otro aspecto por el cual es conocido el resguardo es por los cultivos de marihuana. Sin embargo, la realidad que se vive en este territorio tiene muchos matices. El conflicto y el narcotráfico son solo una parte.
Un territorio maltratado
La violencia ha tocado de muchas formas al pueblo indígena del Cauca. La confrontación entre la guerrilla de las FARC, presente desde los años 60, y el ejército, que ha sido la única expresión del Estado en el municipio, son causa y consecuencia de la violencia territorial. Los enfrentamientos bélicos dejaron muchas víctimas, la mayoría de la población civil que quedaba en medio de los combates. Murieron personas, otras resultaron heridas, mutiladas, pero, sobre todo, muchas tuvieron que sufrir el desplazamiento forzado.
El abandono de Toribío ha generado graves problemas. Carlos Vitonás, un hombre toribiano que dirige la asociación de cultivadores de marihuana Caucannabis piensa que los conflictos en su territorio se originan por la falta de tierras y de inversión gubernamental. En el municipio cuentan con un promedio de 490 hectáreas para 10 mil familias. Esto es equivalente a 490 m2 por familia, un poco más de lo que mide una cancha de baloncesto, un área muy por debajo de la unidad agrícola familiar (UAF) que para el Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (INCODER) en 2021 debería ser de 2 a 4 hectáreas, es decir, de 20.000 m² a 40.000 m² de tierra fértil por familia.
Por su parte, Alveiro Orozco, presidente de junta de acción comunal de la vereda San Diego, opina que, aparte del problema de tierras, los proyectos agrarios no han llegado al municipio. Además, falta preparación técnica de los comuneros para poner en marcha proyectos de desarrollo rural. Propuestas para trabajar la marihuana desde la legalidad, encabezados Buenaventura Opocué, tampoco han sido posibles. Este líder culpa a los cultivos ilícitos por el conflicto armado y cree que la violencia la generan las empresas del narcotráfico, las multinacionales mineras y las fuerzas armadas que los protegen. El gran proyecto narcotraficante se ha impuesto.
Un negocio globalizado con planta de producción en Toribío
El narcotráfico es otro de los grandes problemas que ha tenido que enfrentar Toribio. Los cultivos de uso ilícito son el primer eslabón de la cadena del negocio de las drogas. Los cultivadores son la mano de obra que permite que el producto exista y salga a suplir una demanda gigantesca y creciente a nivel mundial de 200 millones de personas, según cifras de la ONU.
Desde los años 2000 florece el denominado boom marimbero en el norte del Cauca. Cientos de familias indígenas y campesinas siembran marihuana desde entonces. Las autoridades tradicionales del municipio calculan que un 50% de las familias que viven en zona rural están influenciadas por el cultivo de la coca y la marihuana. Las condiciones para que los cultivos de coca, amapola y marihuana hayan proliferado en esta zona del país estaban dadas. La principal es la búsqueda de oportunidades laborales y una fuente de ingresos estable para sostener sus familias. Toribío tiene una ubicación estratégica. Rutas de narcotráfico que vienen desde los departamentos del centro, el sur y el occidente lo atraviesan para llegar al litoral Pacífico. En Tacueyó lo saben, su territorio es escenario de confrontación por el control de la producción y de las rutas.
El hecho de que existan grupos armados ilegales en el municipio es una especie de garantía para que prosperen este tipo de cultivos. Existe una connivencia entre estos y las estructuras del narcotráfico, donde ambos lados son beneficiados. Entre las mujeres que trabajan “peluqueando” o arreglando los cogollos de marihuana se comenta en voz baja que la guerrilla cobra un impuesto a los intermediarios de los narcos que llegan a Tacueyó a comprar grandes cantidades de marihuana. En enero de 2022 cobraban 12 mil pesos por libra comprada.
Alcibíades Escué, ex alcalde de Toribío, informó en 2019 que en el municipio se producían aproximadamente de 700 a 800 toneladas de cannabis por ciclo productivo, es decir, cada cuatro meses se financian los grupos armados con cerca de 10.000 millones de pesos. La economía del cultivo ilícito es en gran medida la economía de la guerra. El provecho que obtienen los grupos que trafican es la garantía de contar con un territorio seguro para realizar sus negocios y encontrar la producción de cannabis necesaria para cubrir la enorme demanda.
A precios de marzo del 2022, un ciclo productivo generaría una ganancia de más de 26 millones de dólares para el municipio. Esto equivale a 1.435 veces los $70.000 millones que desaparecieron de un contrato del Ministerio de las TIC a cargo de la ministra Karen Abudinem, con el que se pretendía llevar internet a zonas rurales. ¿A dónde va a parar todo ese poder económico? ¿Cuántas canecas llenan de dólares los narcos que multiplican el costo de la libra de marihuana a su antojo?
El eslabón más débil
Las economías ilegales vinculadas al narcotráfico son el engranaje de este lucrativo negocio. Pedro Zuleta, un indígena de Corinto y cultivador de la zona, aseguró que “el verdadero problema de la marihuana no es el cultivo, sino el uso que recibe. Los cultivadores son los más débiles de esa cadena y los traficantes los que realmente tienen el poder y el dinero”.
Jaime Díaz Noscué, un líder indígena del cabildo de Tacueyó, reflexionaba en el medio Agenda Propia sobre la dinámica de la economía ilegal en su territorio: “hemos acusado al gobierno y a la Fuerza Pública de tener una estrategia. Los indígenas fueron capturados con cinco libras, con diez libras, con dos arrobas de marihuana, pero de aquí (norte del Cauca) salen cinco toneladas y pasan hasta Buenaventura sin que nadie los toque”.
Los cultivadores de coca, marihuana y amapola son estigmatizados y perseguidos, en contraste, son pocos los narcotraficantes capturados. Doble rasero para un problema de desigualdad que ningún gobierno ha tratado de fondo.
En este sentido, los indígenas que por décadas han sembrado marihuana se resisten a ser llamados traficantes de drogas, por el contrario, se identifican como agricultores. Los cultivadores son conscientes de que existe una economía ilegal y un tráfico de drogas, pero ellos no se consideran delincuentes debido a que se vieron obligados a vincularse a esta actividad por necesidad.
Los campesinos que cultivan marihuana son pobres y no se enriquecen con esta labor. En la cadena de producción y comercialización de drogas, los que acceden a las ganancias de este lucrativo negocio son los grandes traficantes. El tráfico a gran escala les genera el dinero suficiente para vivir en medio de lujos y burlar la justicia. Es una situación desigual en medio de un sistema injusto donde los perjudicados son los sin tierra.
Yeni, quien es madre y trabaja con la planta, cree que el negocio se vuelve rentable por ser ilegal, esto lo relaciona con el hecho de tener que llevar escondida la marihuana a riesgo de ser detenido por la policía. Cuenta que una amiga de ella a veces bajaba marihuana a Cali, y que un día que llevaba una cajita con 15 libras la capturaron. Ese no es el único caso, ella sabe de varias mujeres que están en la cárcel por transportar la hierba. La necesidad de sostener su hogar las obliga a cometer este tipo de acciones que terminan llevándolas a la cárcel.
Antes del boom de la marihuana
Mary y Edilma son mujeres indígenas que llevan muchos años trabajando en los oficios de la marihuana. Las dos siempre han vivido en el territorio y recuerdan que la marihuana no ha estado siempre, que por sus tierras brotaron hace décadas la coca y la amapola y en eso trabajaban. Había una gran cantidad de cultivos, pero el negocio comenzó a decaer, ya no la compraban, hasta que desapareció. Hay temor de que pase lo mismo con la marihuana.

Con la coca es otra historia. Esta mata de usos ancestrales, propios de la cultura y tradición indígena, siempre ha estado en el territorio. La comunidad la defiende y dice que el problema no es la planta, sino los usos que la transforman en cocaína. En Toribío se sigue sembrando, pero se puede decir que menos que en otra época y en otros municipios. En este momento la marihuana es protagonista.
Buenaventura Opocué, coordinador de la Asociación agropecuaria indígena y campesina de cannabis medicinal (ASOAICCAM), sostiene que a la marihuana también la conocen desde hace mucho tiempo, que es herencia. “Nuestros abuelos la cultivaron para uso medicinal. En ese tiempo era muy perseguida, era hasta delito tener una mata. Sin embargo, los abuelos la conservaron porque hacía parte de las plantas medicinales. Nos enseñaron que esa planta tenía muchos beneficios”.
Ventura, como lo llaman en el pueblo, ha pasado toda su vida en Toribío y relata que el apogeo de la marihuana en el norte del Cauca comenzó en Corinto, en los 80s y 90s se establecieron grandes cultivos en esa zona y ya por el año 2000 llegó a Toribío. La variedad que entró no es la misma que se daba en el territorio de forma natural, la que ellos llaman “pajarita” o “común» y que en la actualidad está casi desaparecida. La que llegó es una variedad híbrida de otros países conocida como “creepy”.
La “creepy” tiene buen comercio y significó un cambio drástico en la economía local. Ventura recuerda que las fuentes de empleo eran escasas y que los productos legales, igual que ahora, tenían bajos precios en el mercado. Entonces la “creepy” se volvió oportunidad y luego sembrarla se hizo costumbre hasta consolidar su siembra como la principal actividad económica.
Edilma Garcés, una mujer nasa que por años ha cultivado el cannabis, cuenta que la variedad de marihuana llegó a Toribío porque un señor, que no era del territorio, introdujo la semilla. Comenzó a regalar pepitas y muchos fueron sembrando, hasta que se convirtió en cultivo de alto volumen. Mary Taquinás, una líder indígena que participa del proceso de cultivo, recuerda que hace muchos años su padre sembraba la “pajarita”, la que se daba en cualquier potrero, pero luego llegó la otra, la de invernadero, foránea, delicada, pero lucrativa.
Antes de la consolidación del cultivo de la marihuana, lo que salía de Toribío era personas. Por falta de oportunidades laborales en el territorio y las nulas garantías para la siembra de cultivos lícitos, los pobladores migraban. Muchos comuneros salían con el objetivo de ganar algo de dinero y enviarlo a sus familias. Las mujeres, particularmente, salían a las ciudades cercanas de Cali y Popayán. Se dedicaban a trabajos domésticos en condiciones precarias. Esa fue otra época. Las mujeres como Mary y Edilma prefieren quedarse a sembrar marihuana y estar al lado de su familia.
Este fue el caso de Miryam, una mujer mestiza que se fue de Toribío y regresó. La situación económica la obligó a irse del pueblo en el 2011. Dejó a sus hijos solos. Le pagaban 300 mil pesos; el salario mínimo estaba por los 650 mil. En transporte, necesidades diarias y la alimentación de los hijos se iba todo lo que gana. Apenas sobrevivían.
Mantener a las mujeres dentro del territorio es una ventaja para la economía del cultivo de marihuana. Son fuerza de trabajo barata y harán lo posible por mantener sus familias sin salir, incluso, de casa.
Sin salidas
La tradición cultural indígena habla de que el territorio y la comunidad deben vivir en armonía y equilibrio. Sin embargo, el cabildo nunca ha estado a favor de que en su territorio existan los cultivos de uso ilícito. Señalan que su pueblo ha sido utilizado para que foráneos ambiciosos se enriquezcan y que el abandono estatal sistemático los llevó a participar de este negocio.
Las autoridades, que son los coordinadores del plan de vida y desarrollo del municipio y sus resguardos realizan encuentros donde analizan la situación de sus pueblos y toman decisiones para afrontar las problemáticas. Estas determinaciones son socializadas en las asambleas comunitarias, donde los asistentes votan la viabilidad de las propuestas de la autoridad.
En varios de estos eventos los dirigentes promovieron medidas para acabar con la siembra de marihuana. Los argumentos que expusieron fueron diversos. Por ejemplo, que la violencia es sustentada con el dinero del narcotráfico y esto hace que la comunidad sufra las consecuencias de los enfrentamientos de los grupos armados. También les preocupa el daño a la naturaleza, el abandono del cultivo de alimentos y el desarraigo de las tradiciones ancestrales; la deserción estudiantil, el consumo de drogas por parte de los jóvenes y la entrada de personas ajenas al territorio. Aunque todos coinciden en los males, las soluciones son motivo de desacuerdo.
La comunidad no comparte que el cabildo intervenga y tome acciones directas contra los cultivos, dicen que la organización indígena no puede entrar en este conflicto ya que el cabildo no les puede dar lo que el cultivo sí. Sin otra opción, el cultivo de marihuana es el único producto rentable.
Las autoridades lo entienden; por décadas han enfrentado el avance de la guerra, el narcotráfico y la desigualdad con las herramientas que les da la Constitución del 91 y la sabiduría ancestral.
Henry Salazar, y otros dirigentes indígenas quisieran que su comunidad se dedicara a la agricultura tradicional. Pero la organización se encuentra en una encrucijada porque intervenir los cultivos y controlar el territorio de los resguardos ha dividido a cultivadores y gobierno indígena. La comunidad se opone y confronta a la autoridad para proteger el sostenimiento de sus familias.
Los conflictos no solo ocurren al interior de la organización indígena. Algunos comuneros dicen que la guerrilla es la que controla el movimiento de la coca y la marihuana en el municipio. El movimiento indígena se ha enfrentado a las reacciones violentas de los grupos armados que protegen los intereses del narcotráfico. Por esta razón han amenazado, perseguido y asesinado a varios líderes y guardias indígenas.
Un caso muy sonado y sentido para la comunidad indígena fue la masacre ocurrida el 24 de octubre del 2019, cuándo en medio de un control territorial, un grupo armado disparó contra varios guardias indígenas y algunos líderes. En este ataque murieron la gobernadora y trabajadora social Cristina Bautista y 4 guardias, otros quedaron heridos. Los asesinatos se atribuyeron a las disidencias de las FARC quienes se negaron a las restricciones del movimiento de cargamentos de marihuana. Defender su territorio les costó la vida.
Esperanza e incertidumbre
En Toribío antes de los Acuerdos de Paz operaban las FARC con las estructuras del sexto frente y la columna móvil Jacobo Arenas, que contaba con un pie de fuerza militar muy alto. Este pueblo tiene mucha historia que contar, no solo de luchas ancestrales, también de las batallas para vivir en paz. En medio de las confrontaciones y demás hechos de violencia, la más damnificada fue la población civil. El Cauca ha reportado a la Unidad Nacional para la Atención a Víctimas 287.087 personas afectadas en el marco del conflicto y en Toribío, más de 3.000 han sido indemnizadas.
El 8 de marzo de 1990, en la Vereda Santo Domingo del resguardo de Tacueyó, la guerrilla del M-19 firmó la dejación de armas. Después de 26 años se vuelve a sentir esperanza de un cambio en el municipio con la firma de los Acuerdos de Paz entre las FARC y el gobierno de Juan Manuel Santos. Con el cese al fuego a la comunidad volvió la calma. Para la reconstrucción del tejido social era muy importante la implementación de lo acordado en La Habana, se esperaban mejoras en el nivel de vida y desarrollo agrario.

Pero las economías de los cultivos para el narcotráfico siguieron alimentando al monstruo de la guerra. Como en cualquier mercado, la alta demanda mundial de drogas mueve el trabajo de mujeres y hombres que viven de cultivar marihuana en Toribio. Pero el desarrollo no terminó de llegar y el mercado ha servido para mejorar las condiciones de vida de los campesinos. Lo que empieza en el solar de una familia indígena, sigue con los intermediarios, hasta llegar al consumidor final. Todos ganan, aunque no ganen ni pierdan por igual.
Las personas que cultivan son el primer eslabón y el más débil de la cadena del narcotráfico, pero ¿esto los hace delincuentes o víctimas de un sistema desigual? Tras décadas de violencia, el Proceso de Paz daba esperanza a los habitantes de Toribío. El anhelo de muchos pobladores era que tras la implementación de lo acordado se sintiera un ambiente de paz y tranquilidad, pero de eso se ha visto poco.
El punto 4 de los Acuerdos, que busca la solución al problema de las drogas, se debía materializar en el programa nacional de sustitución PNIS para que los cultivadores dejaran de sembrar, erradicaran voluntariamente y con ayudas gubernamentales sacar adelante sus proyectos productivos. Pero este programa en Toribio fracasó porque, ni siquiera, alcanzó a comenzar.
Se formaron dos grandes cooperativas indígenas que proponían sembrar la marihuana legalmente con fines medicinales. Pero la falta de legislación sobre el tema y el poco apoyo recibido por parte del gobierno cegó esta iniciativa. Al mismo tiempo, los campesinos que se comprometieron con la sustitución vieron cómo se incumplieron los acuerdos, mientras que en otras zonas el gobierno siguió con la erradicación forzada. Rápidamente se acabó la confianza y la esperanza de los cultivadores.
Cuando las FARC salieron de los territorios y pasaron a la vida civil, el control social del territorio que ejercían fue sustituido por otras organizaciones armadas. El grupo Dagoberto Ramos que aprovecharon se sobrepuso en Toribío y tomó el control del negocio del narcotráfico para financiarse, mediante el cobro de un impuesto por libra de marihuana vendida a los intermediarios de los narcos. Aunque los pobladores tenían la esperanza de que el proceso de paz trajera un cambio, ya ven esta situación como normal, pues saben que esos grupos armados se financian del negocio del cannabis.
La mujer en los oficios del cultivo de la marihuana
Al entrar al resguardo de Tacueyó, llama la atención que los cultivos de marihuana estén tan cerca de la carretera y del centro poblado. En las noches se encienden los bombillos de los cultivos que parecen estrellas que duermen enclavadas en las montañas del Cauca.
La variedad creepy tiene una técnica de siembra para que produzca más y en menor tiempo. Proporcionar luz a los cultivos es necesario para que la mata crezca, desde la siembra hasta la producción, en 4 meses. Yeni, que conoció las diferencias entre una variedad y otra, relata que la del tipo común no necesitaba nada, se daba al aire libre en cualquier potrero, y peluquearla era más sencillo, solo la raspaban.
La dinámica del cultivo de marihuana, como todo negocio, depende de los factores de la oferta y la demanda, pero en Toribio además depende del clima y de la dinámica de la guerra. En este negocio inestable los precios cambian constantemente, pero según los cultivadores es mejor sembrar cannabis que otro producto lícito. Para enero del 2022, la libra se le pagaba al cultivador aproximadamente a 80 mil pesos y en marzo se a 65 mil pesos.
Miryam explica que ella y su pareja han intentado sembrar cultivos legales. Hace unos años sembraron tomate, pero fue una pérdida porque no alcanzaron a recuperar ni siquiera la inversión. Sacar el producto a la ciudad siempre ha resultado muy caro, además, las pésimas condiciones de la carretera lo complican y en el mismo pueblo la gente no lo compra a buen precio. Esta situación hace que los indígenas sigan sembrando coca y marihuana, aunque se vean expuestos a la persecución judicial y la estigmatización de la gente que los tilda de delincuentes.
Al caminar por las calles de las veredas de Tacueyó no es raro ver pasar carros y motos cargados de marihuana en todas sus etapas y presentaciones. La semilla, la planta verde que va al secadero, la planta seca hacia los sitios de peluqueo y los costales con las libras empacadas y selladas. El aroma de la marihuana viaja entre veredas. Esto puede ser aterrador para el visitante, pero normal para los habitantes del resguardo, que usan la marihuana como moneda de cambio. Según el reporte de 2018 del Sistema de Monitoreo de Cultivos Ilícitos (Simci), el departamento de Cauca aporta el 9% de los cultivos de cannabis en Colombia.
El proceso para obtener el moño consta de varias etapas. Edilma lo describe en pasos que sabe de memoria: primero se debe tener la semilla, que es una planta pequeña que ha salido del esqueje de una planta madura; luego se debe preparar el terreno; seguido de eso sembrar, abonar y regar periódicamente. Cuando se produce la flor y madura, toda la mata se corta y se lleva hasta unos sitios llamados “hornos”, donde secan la marihuana rápidamente. Por último, todas las matas se disponen en el sitio donde van a ser peluqueadas, puede ser en las casas alquiladas o de los dueños del cultivo. Las mujeres trabajadoras con unas tijeras despojan hábilmente los palitos y hojas de los cogollos de marihuana, resultando pequeños óvalos llamados comúnmente “moños”.
No es una coincidencia que sea una mujer la que explique cómo se cultiva la marihuana. Ellas están en todo el proceso, sobre todo en la fase de la peluqueada. Miryam, por ejemplo, cuenta cómo este cultivo la ayudó a mejorar su nivel de vida y pudo aportar económicamente en su hogar. Ella cultiva hace muchos años. Su rutina al igual que la de muchas mujeres toribianas inicia al amanecer, deben atender primero su hogar, preparar los alimentos y alistar lo necesario para ir a trabajar. Alternan su tiempo entre cuidar de sus hijos, cuidar del hogar y trabajar. Siempre son las últimas en acostarse.
Mary Taquinás siente que en su pueblo lo que hacen es legal y no una actividad ilícita como lo ven desde afuera. Para ellas es normal porque es el trabajo que todas tienen y del que se están beneficiando. Su jornada depende de la actividad que haga, pero casi siempre es de ocho de la mañana hasta las cuatro de la tarde. Para ellas, las peluqueras, que son del campo, no es un trabajo duro porque se han acostumbrado, pero saben que a largo plazo pueden enfermarse ya que la flor del cannabis es muy caliente y esto puede afectar sus manos. El peligro aumenta si llegan a sus casas de trabajar la planta y se mojan porque es urgente preparar la comida o lavar la ropa.

Yeni tiene una hija de dos años y está separada. Ahora ya no trabaja con la marihuana, pero dice que gracias a lo que ganaba pudo construir su casa. Ella sembró y peluqueó durante muchos años y recuerda que en esa tarea la mayoría eran mujeres. Llegó a contar hasta 60 mujeres en un mismo sitio. Todas llegaban desde las siete de la mañana, en sus bolsos cargaban un juego de tijeras, aceite para que no se peguen las tijeras con la goma que suelta la flor y la coca del almuerzo.
Tanto hombres como mujeres intervienen en el cultivo y la producción de la marihuana. Ellos son más visibles en la parte de la comercialización, donde también existe otra labor que es la de recoger la cantidad de libras que necesite el intermediario del comprador. A esta persona le llaman “mochilero” o “recogedor”. Obtienen la ganancia por la especulación del valor de la libra y recorren las veredas buscando que le vendan a mejor precio. Comprar el producto en la puerta de la casa del cultivador es otro beneficio de este cultivo.
Las mujeres han aprendido a sembrar y lo hacen en sus propios terrenos o arrendan un pedazo. A veces se asocian con otras personas que sí tienen tierras y se reparten el trabajo y la inversión. Las que no cultivan trabajan al día o por jornal, el cual se paga entre 30 y 40 mil pesos, y otras trabajan peluqueando las matas de otras personas. Yeni cuenta que este trabajo se paga según el precio de la libra en el mercado. Por ejemplo, si se vende a 80 mil pesos, a cada trabajadora se le paga entre 15 mil y 20 mil pesos por libra arreglada, lo que se gane depende si le rinde en esa labor y si el trabajo dura varios días. Pero a las peluqueras no se les paga cuando termina el día, sino cuando el dueño del producto vende la totalidad de la cosecha.
Trabajar con la marihuana le ha permitido a la mujer indígena tener cierta independencia económica para cubrir sus gastos y no estar supeditada a lo que su pareja le dé. Además, también ha asumido la carga de gastar lo que gana en su hogar, en darle alimentación y educación a sus hijos. Yeni y Edilma construyeron sus casas; Miryam mejoró la suya. Se sienten bien por decidir sobre su economía. Son conscientes de que el negocio es ilegal, a veces piensan en el daño que causa en las personas consumidoras, pero dejan claro que es la única opción que tienen para subsistir. Para ellas su trabajo es legal.
La mujer en la organización indígena Nasa
Las mujeres que habitan el resguardo de Tacueyó se caracterizan por ser luchadoras y cuidadoras de su territorio. Muchas de ellas se han dedicado a realizar las labores del cultivo de marihuana, pero no es una generalidad. Tampoco hay una división social entre las que lo hacen y las que no, porque la dinámica de sus vidas es un tejido con múltiples facetas. A pesar de esto, la guerra, el narcotráfico y la violencia patriarcal existen y persisten en sus territorios, ellas han luchado y resistido todas estas violencias.
Muchas mujeres hacen parte del movimiento indígena que se ha organizado y fortalecido a nivel nacional desde la Constitución de 1991, cuando fue aprobada la legislación indígena. El Consejo Regional del Cauca -CRIC- y la Asociación Indígena del norte del Cauca -ACIN-, son las estructuras organizativas que trabajan guiadas por el plan de vida, que es la construcción colectiva de la visión de futuro desde su cosmovisión, y diferentes proyectos por áreas de trabajo. Una de las líneas es el Programa Mujer Nasa.
Nora Elena Taquinás, de 28 años, es una lideresa indígena que lucha por la defensa de la vida y la armonía de su pueblo. En una entrevista otorgada al medio independiente Agenda Propia, resalta la importancia de su cultura y tradiciones. Para ella es necesario que la comunidad fortalezca la espiritualidad para enfrentar las dificultades y sanar heridas. Su experiencia la llena de valor para luchar por los ideales de los Nasa, lo que le enseñaron sus padres y lo que aprendió junto a la tulpa y el fogón. “A nosotros nos colocó la comunidad para ejercer una función y debemos cumplir con la guía de los mayores”, dice.
Las mujeres dentro de la organización indígena cumplen diferentes roles. Algunas tienen cargos en la directiva o programas del cabildo y otras hacen parte de la guardia. Desde los años 70 se emprenden los diálogos en torno a las múltiples violencias ejercidas contra la mujer, pero es en el 2017 que se consolida el Movimiento de Mujeres Nasa Hilando Pensamiento, que recoge todas las experiencias anteriores para promover un trabajo de género fuerte en la organización y con toda la comunidad.
María Medina, de 57 años, desde 2001 es una integrante del grupo de control comunitario. Cuenta que se hacen recorridos por todo el territorio, ya que caminar en su tierra y aprender de su cultura es parte de la educación Nasa desde niños. Ella expresa su sentimiento de esta manera: “A mí me gusta porque es defender nuestra uma kiwe (madre tierra), es la que nos da comer.”
El norte del Cauca ha sido uno de los territorios más afectados por el resurgimiento de la violencia contra las comunidades, las autoridades indígenas y diferentes ejercicios de defensa territorial. Debido a esto es importante destacar la labor de defensa de los derechos de las mujeres indígenas realizada por las lideresas del Movimiento de Mujeres Nasa Hilando Pensamiento (MMNHP) en el municipio de Toribío-Cauca.
En medio de amenazas y distintas dificultades, las mujeres Nasa han decidido mantener viva su memoria y legado. Han fortalecido prácticas educativas de reconocimiento y visibilización de las violencias contra la mujer en la cotidianidad, en los espacios privados del hogar y en los escenarios públicos de exigencias de derechos y ejercicios de liderazgo. En el documento de presentación pública del MMNHP de Toribío se señalan los “preocupantes resultados de la salud de las mujeres del territorio afectadas por la violencia sexual, física, económica y psicológica”, como el motivo principal de la conformación del movimiento.
Por su parte Mary Taquinás, líder indígena que representa a las víctimas del conflicto en el municipio, piensa que se debe trabajar más el tema de las mujeres, no solo desde el movimiento indígena. Tiene serias críticas a la forma cómo se han organizado en el cabildo, dice que las utilizan y no las apoyan seriamente. Le gustaría que los grupos de mujeres se independizaran. Yeni Velasco menciona que las mujeres del movimiento son muy trabajadoras, pero les hace falta presupuesto para financiarse. Cuenta que les asignan poco dinero y cuando surge alguna necesidad toman del fondo que les corresponde.
Todas las mujeres de Toribío, tanto las que han decidido hacer parte del movimiento indígena, como las comuneras que cultivan marihuana o las que trabajan en las ciudades, son víctimas del abandono del Estado, víctimas de la guerra y víctimas de las violencias basadas en género. La condición de ser mujer, indígena y pobre en un entorno tan hostil la hace altamente vulnerable a ser violentada por los diferentes actores del conflicto y de las violencias sociales.
Violencias de género en la economía de las drogas
En la cadena de valor del narcotráfico intervienen muchas personas que realizan diferentes actividades. La tendencia es pensar que es un mundo de hombres, pero esta no es la realidad, también las mujeres están involucradas desde el cultivo, la producción, el tráfico y el consumo. Pero no se pueden equiparar los roles entre hombres y mujeres, estos se diferencian ampliamente.
Desde una perspectiva de género la situación de las mujeres indígenas en el municipio de Toribio, se debe ser muy cuidadoso en términos de respetar su cultura y formas de ver el mundo. Según Yeni Velazco, indígena Misak licenciada en historia de la Universidad del Valle, se tiende a estudiar lo que viven las mujeres con identidad étnica desde una perspectiva feminista occidental, pretendiendo aplicar las teorías establecidas fuera de los territorios sin observar que se trata de una población con necesidades diferentes. A esto Yeni le denomina Feminismo ortodoxo.
Atendiendo a lo anterior, se deben resaltar y tener en cuenta los procesos de resistencia de la mujer concebidos desde sus propias formas. Por ejemplo, anota Yeni, las indígenas centran su lucha en la reivindicación del acceso a la tierra al tiempo que luchan por el derecho a continuar con sus tradiciones y prácticas ancestrales, como la práctica de la medicina tradicional de sus comunidades. Al respecto, el Programa Global de Políticas de Drogas y Desarrollo (GPDPD) con sede en Alemania promueve una política de drogas sensible al género y expone la situación de vulnerabilidad en que se encuentran las mujeres involucradas en las distintas etapas del tráfico de drogas ilegales. Esta organización expone que “las expectativas y estereotipos tradicionales de género pueden suponer una carga para las mujeres, que con frecuencia deben hacer frente a un mayor grado de estigmatización que los hombres si participan activamente en la economía de las drogas o si ellas mismas consumen drogas. Al mismo tiempo, se les excluye a menudo de los procesos y decisiones que influyen directamente en su vida, como por ejemplo aquellos relacionados con sus ingresos o las tierras que cultivan”.
Para las mujeres Nasa es importante el derecho a la tenencia de tierras. Las indígenas, que ven a la tierra como a la madre objeto de veneración, forman su hogar y trabajan sobre ella. En este sentido, el hecho de que la mujer no tenga acceso a la tierra para su vida y su sustento ya es un factor de violencia contra ella.
La violencia y el machismo están naturalizados en los territorios indígenas y, según Yeni Velasco, las causas son la falta de herramientas para que la comunidad entienda que es un problema que debe ser atendido. Asimismo, las violencias basadas en género son observadas como un problema sistémico en el que el hombre como individuo no es el único responsable, más bien es víctima y victimario de un conjunto de prácticas patriarcales de un orden desigual de las cosas.
También influye la penetración de la narcocultura que tiene muchos elementos que violentan a la mujer, por ejemplo, la valoración del físico como elemento determinante para ser “escogidas” como pareja de los narcos. Además, por el trabajo de la siembra reciben en promedio, sueldos considerablemente inferiores a los de los hombres. Aunque esta labor les ha otorgado cierta independencia económica, a menudo están sujetas a lo que sus parejas les quieran dar.
Miriam se encarga de cuidar su hogar y dice que lo hace con gusto y amor, siente que es su responsabilidad. Aunque expone que, además de atender los oficios de la casa, debe de salir a trabajar en su cultivo; todo el día se mantiene ocupada. Su accionar es el de la mayoría de las mujeres, y es visto como algo normal en el municipio. Por su parte, Ventura afirma que las compañeras sí trabajan el doble, pero según él ya ha habido un cambio en la comunidad a partir del trabajo que ha realizado el programa de la mujer del cabildo.

Las violencias contra la mujer indígena han sido acalladas por muchos años. Yeni Velazco comenta que para ellas es muy difícil hablar de lo que sufren, ya que es un tema complicado tanto dentro de la organización indígena, como en sus familias. Además, referirse a los derechos de las mujeres en el negocio de los cultivos de uso ilícito las expondría a ser juzgadas por los actores armados o mercaderes de drogas, pues no conviene que se ventile el tema.
“Las mujeres tienen que ser explotadas para que un negocio sea rentable”, explica Yeni. Así funciona el sistema.
Sueños
Las mujeres cultivadoras de marihuana viven el presente intensamente porque saben que en cualquier momento todo puede cambiar. Yeni y Edilma dicen que el cultivo de marihuana, como sucedió con el de la amapola, se puede acabar. Por eso tratan de aprovechar al máximo este momento de bonanza y lograr lo que quieren: ser independientes, tener sus propios negocios y vivir tranquilas con sus familias.
Ellas saben que mucha gente de la ciudad conoce el municipio únicamente por lo que dicen en los medios de comunicación, en especial por la guerra y los cultivos ilícitos. Dice que si territorio ofrece mucho más y quisieran ver visitantes y turistas disfrutándolo con armonía. Comentan que Toribío tiene muchos sitios hermosos, un aire limpio y una gente muy amable.
Yeni tiene un hijo de 16 años y piensa en él constantemente. Afirma que el gobierno debería apoyar más la educación para los jóvenes. Porque muchos han desertado de los colegios por ver un mejor futuro en el cultivo de marihuana. Ella cree que la inversión social es la condición principal para que la comunidad deje de sembrar.
Edilma le manda un mensaje a la gente de “abajo” para pedir que no las estigmaticen por sembrar marihuana, que ellas lo hacen por necesidad de sostener a la familia, no por hacerle daño a nadie. Si llegaran a su pueblo buenos proyectos por parte del gobierno, ella estaría dispuesta a dejar atrás el cultivo de cannabis.
Mary es una luchadora incansable por los derechos de su comunidad. El trabajo de la marihuana lo ha dejado a un lado para proyectar su labor como integrante de la Mesa Municipal de Víctimas y en eso se ve en el futuro, trabajando junto a su comunidad para hacer cumplir los acuerdos de paz y defender los derechos de los comuneros. Ella conoce las propuestas de sembrar marihuana legal y medicinal y trabaja para que ese proyecto se implemente en su territorio. Que los planes se enfoquen en darle trabajo a los jóvenes y a las mujeres, dice.
Certezas
Al llegar a Toribio y recorrer sus veredas se rompe, de alguna manera, con una visión parcializada y sesgada de la realidad. Las mujeres indígenas de Toribío que cultivan marihuana no son delincuentes, son sobrevivientes. Basta con mirar sus manos recias, llenas de callos, escucharlas hablar con orgullo y dignidad sobre su lucha por vivir con dignidad y no dejarse morir de hambre a ellas mismas y a sus hijos. Basta con ver la piel tostada y los pasos firmes de estas mujeres que son las que mueven la vida en sus hogares. Están aquí y allá, como colibríes, buscando ágiles su sustento. Juzgarlas es desconocer su historia y la realidad de una población rural marginada, la que sufre la desigualdad y las guerras que no son suyas.
La violencia en Toribío ha forzado a sus mujeres a formar parte de la dinámica del narcotráfico y de la guerra, un mundo dirigido por hombres. Si ellas no cuidan a sus hijos y sus hogares, la sociedad no puede avanzar y desarrollarse. Las sacrificadas de la historia han sido ellas, pero el trabajo aguerrido de muchas valientes para que se dé un cambio ya está en marcha y no tiene vuelta atrás.
La autora feminista y marxista ítalo-estadounidense Silvia Federici expone en su libro Calibán y La Bruja, mujer, cuerpo y acumulación originaria que los cimientos del sistema capitalista se soportan en el trabajo reproductivo y de cuidados que realizan las mujeres sin ningún tipo de pago. Explica que en el paso del feudalismo al capitalismo el gremio de los artesanos con el apoyo de las autoridades de las ciudades, al verse amenazados por los comerciantes capitalistas y la privatización de la tierra, forjaron mediante amenazas, el castigo y la fuerza de una nueva división sexual del trabajo. En esta se “definía a las mujeres —madres, esposas, hijas, viudas— en términos que ocultaban su condición de trabajadoras, mientras que daba a los hombres libre acceso a los cuerpos de las mujeres, a su trabajo y a los cuerpos y el trabajo de sus hijos”.
Es así como ahora una mujer nasa en medio de las montañas del Cauca, que se levanta a la madrugada para cuidar del hogar, de sus hijos, de su esposo y hasta de los trabajadores de este; cocina y trabaja en los distintos oficios en el cultivo de la marihuana; produce riqueza para su esposo, su jefe, sus hijos y su pueblo. Mary Taquinás dijo en una entrevista que “el trabajo del cultivo es más pesado para las mujeres porque uno se encarga del quehacer de la casa y del cuidado de los hijos”. Claro, es más pesado porque Mary lo vive y lo siente, pues hace varios siglos las mujeres se convirtieron para los hombres en un bien común, “en un recurso natural, disponible para todos, no menos que el aire que respiramos o el agua que bebemos”.
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