Un despertador suena a las tres de la tarde. Paris se levanta y sin importar sus creencias religiosas, debe trabajar. Es semana santa, y esta es una de las mejores fechas para ganar dinero en línea.
Por: David Mora
Un viernes santo como cualquiera: sahumerio, escapularios y rezos; pero la procesión, Paris, la lleva por dentro. A las tres de la tarde, hora en que murió el Señor, empieza su viacrucis. Pues no ha terminado de reponerse de la jornada anterior y debe alistarse para una nueva. Almuerza, se baña y se pone una bata de seda. Luego se viste con una blusa blanca, una minifalda rosa y decide no llevar sostén. Escoge el maquillaje y se para frente a un tocador dispuesto en la sala.
El espejo la retrata: cejas finamente depiladas, pestañas crespas y aretes de plata. Se aplica un rubor pastel y prefiere brillo en lugar de labial. Después, con la plancha de iones, alisa su cabello. Por último, rocía sobre su cuerpo un perfume que los clientes no olerán. Saca de su carterita una camándula, reza; mira el reloj, van a ser las cinco, es buena hora, se apresura. Se acomoda sus pequeños senos. Al trabajo no sale, ya está en él.
Vive y trabaja en el centro de actividades, en un módulo de panel yeso de dos metros cuadrados, compuesto por un colchón forrado en tela de satín fucsia, y una mesa que sostiene un portátil y un maletín que promete sorpresas. En la pared del fondo hay pintada una diva y del techo pende un ventilador. Llega, se acomoda; sube con lentitud a la cama, enciende el ordenador y amarra el escapulario a la cámara. Saca un espejito, se peina nuevamente. Abre el navegador, aparece una página erótica. Escribe su nombre y contraseña: Paris está en líne
Dedos al teclado: delicados, largos y flacos, teclean, a veces fluidos, a veces no. Pues no domina el inglés, el francés, ni el alemán, tampoco el italiano; pero es ágil con tres, cuatro ventanas de Google Translate que ella bendice; comenta entre risas que ni siquiera sabe hablar bien español. A los potenciales clientes de Paris, (casi todos europeos y norteamericanos), tampoco les importa la semana santa: ahora hay en línea unos mil quinientos usurios y eso es bueno. Esta noche podría hacerse unos trescientos dólares. De lograrlo, la mitad sería para ella y la otra para la madre, (así llama a la mujer que es su jefe), la ciber-proxeneta.
Mientras entra a la sala de chat, prueba la cámara y dice:
—Tengo veinte años —sonríe—, pero parezco de quince. Digo que tengo dieciocho y me creen.
Le creo.
—Entre más joven una se vea, es mejor. A los extranjeros les gustan las jóvenes. Claro que hay unos pervertidos que les gustan las ancianas; ahora te muestro unas señoras como de ochenta años que trabajan en esta página —se ríe—: se ven muy chistosas.
En la sala de chat, en menos de un minuto, aparecen cuarenta guest (mirones), usuarios libres que no pagan.
—Y entonces ¿cómo ganas dinero? —, le pregunto.
—Espera… —teclea—, primero una se da a mostrar. Me ven en todas partes, menos en Colombia. Hay una opción para cancelar tres países, los que uno quiera. Sólo cancelé Colombia. Luego, los que tienen algún nombre, como éste —señala a un usuario de apodo Aarón—, me llevan a privado. Ahí es donde se hace la plata.
— ¿Por qué canceló Colombia? ¬ ¿Su familia la puede ver?
— ¡Ah! —suspira y arquea una ceja. Me mira por un instante—. La pura y física envidia, mi familia no… No me reconocería—, se burla.
Del computador suena una musiquita que altera el lugar. Paris está feliz. De otros módulos, siete en total, se escuchan felicitaciones y «ya empezaste Paris, ya empezaste».
— ¿Te puedes salir? —, dice.
Lo hago.

Paris hace el primer privado de la noche: música de Lady Gaga, algunos sonidos que parecen más de un asesinato que de placer, el show dura quince minutos. Al terminar se escucha una risa estruendosa y aplausos provenientes de todos los módulos. Paris dice:
—Esta noche va a estar buena —ríe efusiva—. Pelado —llamándome—, venga le cuento. Hice quince minutos, pero en total fueron treinta y cinco. Es que primero un señor me llevó a privado, y a los cinco minutos lo hicieron otros dos, se cuentan diferente. Por cada minuto pagan como un dólar, no sé cuánto. Lo que miro es el total, de ahí me toca la mitad.
Llega la noche, y con ella, los privados, los dólares, la melancolía…
El pasado,
el recuerdo,
una vez Jorge…
Obviamente, Paris, no es su verdadero nombre, es el que utiliza para trabajar porque ama a la Hilton, su diva. (Y es que ella, a su modo, también lo es: en una noche la pueden mirar hasta quinientos usuarios simultáneamente.) Su nombre social es Mariana . Pero tiene otro, uno real y verdadero, el de la cédula; uno que no cuenta.
Nació en Bogotá, al sur, en la localidad de Ciudad Bolívar, barrio El recuerdo. Y ella recuerda:
—Era flaco, muy flaco —se toca la cintura—, ahora soy flaca y me gusta. Pero cuando era niño estaba así porque casi no comía. De mi mamá no tengo ni idea y mi papá ya está viejo, siempre lo ha sido. Solo tengo un hermano.
La historia de Paris se cuenta a dos tenores: Jorge y Mariana. A Cali llegó siendo Jorge, pero ya en Bogotá había sido un intento de Mariana. Abandonó la idea de ser hombre tras comprobar que el género masculino no era el suyo, además le producía cierta aversión parecerse a lo que ella califica como personas guaches e insensibles. Haber crecido al lado de dos hombres, su padre y su hermano, no fue la mejor experiencia: una cadena de humillaciones que iban desde las malas palabras, el maltrato físico y hasta una violación, marcaron su niñez y adolescencia.
La historia de Paris se cuenta a dos tenores: Jorge y Mariana. A Cali llegó siendo Jorge, pero ya en Bogotá había sido un intento de Mariana
-Una vez mi hermano, todo loco, cogió y me tiró a la cama, luego me bajó el pantalón y me violó. Cuando llegó mi papá, y le conté, me pegó una cachetada, dijo que el marica era yo, no mi hermano–, cuenta.
A los ocho años la verdad se le había revelado, no podía disfrutar su sexualidad de otra forma: los hombres eran para él una de sus mayores fuentes de placer. Y ese acto oprobioso con su hermano fue el que esclareció sus gustos; las palabras de su padre lo confirmaron «usted es un marica». Sin embargo, algo, un no sé qué, no lo dejaba ser pleno. Ocho años más tarde lo sabría.
Cuando completó dieciséis años, conoció a la Mechas, una travesti bogotana. Ella le enseñó todos los manejos de una mujer que nace en el cuerpo de un hombre: caminar, hablar, maquillarse, aplicarse hormonas, y por supuesto, conseguir dinero. Pero cuando don Jorge se enteró de las intenciones de su hijo, la transformación se pospuso:
–Parce, ese señor casi me mata–, dice.
Solo hasta la mayoría de edad pudo ser lo que quería. Todo empezó cuando la Mechas le contó de una amiga en Cali, Cielo, que había montado un negocio muy bueno. Se trataba de prostitución on line. Jorge no dudó y viajó de inmediato, tenía claras intenciones de realizar su proyecto de vida en esa ciudad.
Pero una vez llegó, en un primer momento, debió pasar nuevamente por la humillación, el desprecio, la soledad…
El infierno,
el limbo,
la sucursal del cielo…
Llegó al negocio de Cielo como Jorge, un escuálido muchachito.
–Cielo me dijo que estaba muy flaco y muy feo.
Los primeros días fueron un desastre: nada de privados, nada de plata, poca comida y la mujer lo pensaba echar. Pero cuando Cielo supo que su hermana Sandra abriría un negocio idéntico, le dijo que se lo llevara, que tal vez le servía, y la mujer se lo llevó. Sin embargo, las cosas no mejoraban, y Sandra, al ver que Jorge no funcionaba, le delegó el aseo del negocio, también la cocina y hacer los mandados.
–Vivía aquí solo para trabajar en los oficios, nada más. Pero Sandra, desde que llegué, ha sido como una madre, no me ha dejado morir.
Sucede que en un negocio como éste el dinero se hace con los privados y la caridad no es característica de los proxenetas virtuales. Pero Sandra no quiso deshacerse de Jorge; lo dejó en reposo. Una semana más tarde, cuando el muchacho no llevaba ni un solo minuto, y cuando Sandra conoció las intenciones de Jorge por convertirse en mujer, se le ocurrió que si lo convertía en Paris, podría explotarlo y así fue.
Maquillaje, ropas de colegiala y una peluca, fueron el ajuar de su primera jornada como diva de Poseidón . Ciento cincuenta minutos en una noche, la posicionaron. En tan solo doce horas, tomaba cuerpo su sueño de ser Mariana y tener el estilo de vida propio de una estrella. A partir de esa noche las cosas evolucionaron y en menos de un mes, Jorge, ya era un mal recuerdo.

–Cuando Cielo se dio cuenta de la cantidad de plata que estaba haciendo, le dijo a Sandra que me devolviera ¡Y claro que no! Eso hasta pelearon y todo–, cuenta.
Ha pasado un año y Paris ha producido más de catorce mil dólares, tiene en su haber cinco premios de la AWARD, un concurso de la página que recompensa a los modelos que logran más ventas. También ha logrado una transformación en su aspecto gracias a largos y costosos tratamientos de belleza: limpiezas faciales, depilación láser, productos para el cabello, hormonas y una lista de muchas cosas que la hacen ver como Mariana y trabajar como Paris.
La madre, Sandra, al ver los resultados de su hija, adecuó el módulo de trabajo a gusto de Paris, lo organizó para que también fuera su cuarto. Ningún otro modelo tiene las prebendas de las que goza Mariana, pues nadie produce tanto como ella. Pero como buena diva, Paris, no presume de sus ventajas, ella sabe que brilla sin alardear; prefiere fomentar el trabajo en equipo y el compañerismo. Sin embargo, hay quienes no la quieren.
–Unas travestis del estudio de Cielo me quieren hacer el mal ambiente, por eso cancelé Colombia. Me escribían cosas en el chat, decían que era una enferma y estupideces; no falta la envidiosa, hasta las mujeres, porque han dicho que parezco más mujer que las de verdad–, explica.
Un Viernes Santo como todos, el primero como Paris: privados, risas y juegos; pero el dolor, Mariana, lo lleva por dentro. A las once de la noche lleva noventa minutos. El maletín que está encima de la mesa se abre.

Sorpresas,
un hábito,
el cuarto de la bella durmiente…
París es una chica particular, pero algunos clientes lo son aún más. Pese a que no tiene ningún contacto físico con ellos, resultan impensables ciertos pedidos: hacer pipí, popó y jugar con los dildos . Y hay trucos para satisfacerlos. Para lo del pipí usa una jeringuita con jugo de naranja, el popó son unos algodones previamente untados de una mezcla de café y chocolate deshidratados con una secadora.
Pero el pedido de hoy supera todo fetiche: con anticipación, un usuario le pidió a Paris que se disfrazara de monja. Ella le cumple, se trata de un buen cliente. Del maletín saca algo que se parece a un hábito y una sugestiva sotana. Se transforma en una sexi religiosa.
–La conseguí en un sex shop–, dice entre risas.
Ella permanece con el cliente por casi dos horas, el pedido incluye una coreografía con la canción Bad Romance de Lady Gaga, que repite una y otra vez. Termina exhausta. De un bolsillo del maletín saca una bolsita trasparente.
–Es perico–, comenta.
Un pase, dos, tres…
Cuatro de la madrugada. Un último cliente. Paris languidece, ya no quiere más privados, no quiere jugar más con los dildos. El usuario, Roger, un francés, se compadece. Le dice que repose, que duerma mientras él la contempla. Efectivamente la lleva a privado y ella se entrega al sueño. Es una escena Yasunari Kawabata, la Casa de las bellas durmientes «…Porque está narcotizada y no se despertará, y porque probablemente su cuerpo está aletargado…».
Post scríptum
Hace poco, al momento de registrar las fotos que acompañarían este texto, no pudimos encontrar a Paris. Se había ido. Siguió su proceso de tránsito en otro lugar fuera de Cali. Las imágenes son de Valerie, una chica transexual, igual a Paris. Ambas transitan el difícil camino que recorre una mujer que se construye desde cero. Las dos comparten la mirada de una sociedad que muerde, que con su mirada aruña, pero que en secreto las devora.

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