A pesar de que el gobierno colombiano ha creado proyectos para combatir el hambre en el país, como el Programa de Alimentación Escolar (PAE), sus políticas no han sido suficientes. Ante esta necesidad, en Cali han surgido iniciativas ciudadanas que buscan plantarle cara al hambre y extender manos de solidaridad.
Investigación: Laura Gómez, Juan Pablo Arbeláez, Rudy Bruña, Carolina Echeverry, Jhon Gamboa, Geraldine Grisales, Juan Velasco Hurtado.
Redacción: Jhon Gamboa, Juan Velasco Hurtado
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De la casa al colegio: el viaje por un refrigerio
La Institución Educativa Eustaquio Palacios es un lugar al que se entra sin haber llegado. Está ubicada en el barrio El Lido, a menos de 300 metros de la glorieta que da entrada al barrio Siloé, en la comuna 20 de Cali. Una malla de alambre la separa de la calle. Mientras se camina por la acera contigua, cualquiera se podría detener y pasar algunos minutos viendo cómo hacen ejercicios de educación física en las canchas. O caminar un poco más y encontrarse con un profesor tratando de impartir clase a pocos metros de la calle, en un salón en el que el ruido de los estudiantes se confunde con el de los carros y las motos.
Durante el descanso, hablamos con Camilo Andrés Méndez, muchacho de cejas pobladas y dientes cubiertos por brackets. Camilo es estudiante de la institución desde cuarto año, está próximo a graduarse, y dice que normalmente reciben pan, avena, yogurt y alguna fruta a la hora del refrigerio, pero que es insuficiente y tiene que ir a la cafetería a comprar otras cosas para quedar satisfecho:
– Aunque muchísimas otras personas no pueden ir. Además, este es un colegio que recibe personas de estratos 1 y 2, incluso de estrato 0 en condiciones muy vulnerables. Yo tenía antes unos compañeros, que eran como unos primos, y vivían extremadamente mal. No tenían dinero para nada, ni siquiera para el pasaje: tenían que venirse a pie. No tenían para ir a la cafetería. A veces algunos les prestábamos plata. Dependían mucho del refrigerio.
Antes, nos cuenta, el refrigerio que les daban estaba compuesto por arroz, fríjoles, garbanzos, tajadas; incluso había casos en los que recibían carnes. Pero pronto, debido al desperdicio de comida al final de las jornadas, las directivas del colegio cerraron las cocinas y optaron por los refrigerios empacados. Pero Camilo recalca que no son suficientes, pues es un producto que no sacia el hambre, y que puede invertirse el dinero en otra cosa: un mejor alimento.
Consciente de que el hambre es una de las causas de la deserción escolar, el Gobierno creó el Programa de Alimentación Escolar PAE. Es un plan que brinda un complemento alimentario a niños y jóvenes como Camilo. Fue ejecutado hasta el 2011 por el Icbf, y a partir de esa fecha pasó a manos del Ministerio de Educación, el cual recibió para el 2016 un presupuesto total de $678.000 millones. De esa cifra $31.700 millones fueron destinados al Valle del Cauca, y con esa cantidad el Gobierno cubrió 34 de los 42 municipios del departamento.
Ante el déficit de cobertura, la gobernadora del Valle, Dilian Francisca Toro, declaró en aquel entonces que la meta era ampliar el programa a 125.000 estudiantes. Pero el desafío resultó mayor. En el 2016, la diputada a la Asamblea, Mariluz Zuluaga, denunció que de los 129.000 estudiantes matriculados en instituciones públicas hasta el momento en el Valle del Cauca –cifra que para el 2017 ascendió a 230.000-, sólo el 51% obtenía este beneficio. De acuerdo con el Secretario de Educación del Valle, Bernardo Sánchez, la cobertura estuvo garantizada para la totalidad de los estudiantes hasta abril de ese año, pero luego tuvieron que priorizar a los más pequeños debido a la falta de recursos.
Luz Marina Isaza es licenciada en Ciencias Sociales y enseña en el mismo colegio desde 2010. Tiene el cabello corto y la sonrisa benévola. Sostiene que en el lugar, por albergar jóvenes que provienen de la zona de ladera, hay estudiantes cuyo único alimento en la mañana es lo que comen a la hora del refrigerio. Y está de acuerdo con Camilo en que el plan de alimentación que están recibiendo muchos alumnos es aún insuficiente para mitigar el hambre que sufren a diario.
Nos dice que se requiere de una mayor organización y una identificación más puntual de las carencias de alimentación, ya que, dadas las características del estudiantado en la institución, además de aquellos que vienen de la zona de ladera, también vienen otros estudiantes de sectores cercanos, quienes tal vez no tengan esa misma necesidad.
– Y el hecho de mezclar en un mismo lugar muchachos de estrato 1 o 2 con muchachos inclusive de estrato 4 genera cierta limitación para algunos a la hora de manifestar su necesidad, porque de alguna manera entre ellos mismos se viven ciertas vergüenzas. Para algunos con el refrigerio es suficiente, pero hay otros que realmente necesitan mucho más. Y, a veces, el refrigerio no es suficientemente nutritivo.
Por eso, cuando el refrigerio llega al salón de clase, Luz Marina identifica a los estudiantes que cree que tienen mayores necesidades, y les hace entender el valor que tiene el alimento en ese instante. Y, de manera muy informal, les dice al resto que quien no lo quiera lo deje ahí, no lo tome ni lo vaya a dejar tirado porque está perjudicando a otro niño al que sí le hace falta.
En los meses de mayo y septiembre del 2016, la Contraloría General realizó visitas a otras instituciones educativas de carácter público y encontró fallas en el proceso de almacenamiento y tratamiento de los alimentos. Observó el estado de descomposición en el que llegaban y la falta de atención a la fecha de vencimiento cuando eran entregados. Buscando despejar estas dudas, hablamos con Beatriz Helena Gutiérrez, supervisora del PAE en el colegio.
Ella empieza por aclarar que lo que se reparte es una ración industrializada, lo que quiere decir que las señoras a su cargo no preparan nada: solo reparten el alimento que viene según la minuta programada. Nos explica que la minuta es avalada por el operador de turno, la Secretaría de Educación y las nutricionistas, y que entregan este tipo de ración porque en el colegio no hay cocina; porque hay otros colegios en donde sí las hay, y en ellos la modalidad de alimentación se llama “preparada en sitio”.
– ¿Cómo se hace el almacenamiento de los productos?
Acerca del almacenamiento de los productos cuenta que todos los días llega un carro que es apto para manipulación de alimentos y los productos se almacenan en refrigeradores o en canastillas, según cada necesidad; también dice que si llegan a sobrar alimentos se invitan a algunos niños que quieran repetir.
Los frentes
Pero el hambre no solo habita en los centros educativos; existe población adulta, marginada y desempleada que a diario sufre para conseguir las comidas del día. De la mano de Ingrid López, comunicadora social de la Universidad Autónoma, recorremos el Banco de Alimentos de Cali. Ingrid es la encargada del área de comunicaciones y con ella caminamos por los 3.000 metros cuadrados de superficie de un edificio alto y blanco. Tenemos que seguir las cintas amarillas dispuestas en el suelo, que delimitan el paso de las personas dentro del lugar, pues el sendero es compartido por vehículos de recolección y personas uniformadas que van de un lado a otro, según la urgencia.
Afuera, en un parqueadero grande, disponen de nueve camiones para el transporte de los productos. Una vez llegan, la recolección y el proceso de tratamiento de las frutas es inmediato. Varias personas, parte de una nómina de 50 trabajadores, las descargan y las dividen en canastas con su nombre y características.

En el punto en donde se guarda la fruta prevalece el color azul claro de las zonas refrigeradas. Un aviso en la entrada dice “use guantes”. Otro exige mantener la higiene personal, desinfectarse, desinfectar las superficies y verificar la potabilidad del agua. Un trabajador comprueba el estado de la fruta para escoger en qué canastas va a ir: la que viene muy deteriorada por los golpes o el paso del tiempo es puesta en unas cajas que indican que será usada como pulpa para jugo; las que están en buen estado se destinan para su consumo directo. A pesar de este filtro, en las canastas ya organizadas para consumo directo se alcanzan a ver algunas frutas magulladas. En otras, más adelante, está el nombre del producto, con las especificaciones del caso y su fecha de vencimiento.
–Todo lo que aquí se trae, se da en una mejor forma –dice Ingrid, y cuenta que la operación del Banco beneficia a más de 45.000 personas, a través de 220 organizaciones sociales, asistiendo en la alimentación a poblaciones de niños y ancianos, comedores comunitarios, instituciones prestadoras de salud y personas en procesos de rehabilitación. La única condición, aclara, es que a cambio entreguen un aporte económico de 300 pesos por cada kilo de alimentos que reciben: el valor es simbólico.
Conforme se avanza en el recorrido, el olor a maracuyá y a cebolla cala hasta los huesos. Para los beneficiarios del Banco de Alimentos es una bendición, y es fácil entender que para las empresas sea un buen negocio. Ingrid comenta que muchas compañías de comida prefieren hacerles donaciones porque estas representan un 125% en reducción tributaria. Dicho de otro modo: sale más barato regalar comida que pagarle impuestos al Estado. Sin embargo, aunque sean vistas como negocio, estas obras de caridad evitan el desperdicio innecesario de alimentos: en Colombia, un país en el que según el Departamento Nacional de Planeación se desperdician alrededor de 10 millones de toneladas de alimentos por año, cada ración que vaya a parar a manos necesitadas es un aporte significativo en la lucha diaria contra el hambre.

–El tema del hambre es uno de los más sensibles que tiene nuestro país –dice Walter Paz, 33 años, barba de días, camisa Polo de rayas-.
Él, quien lleva el cabello hacia la izquierda, del que siempre se desprende un mechón que cae a su frente por más que lo intente acomodar, es el creador de De menos a más. Empezó con esta fundación hace más de 12 años con el fin de “ayudar a la comunidad caleña a recuperar su dignidad”, por medio de programas sociales, pues según dice, este valor se ha perdido en todos los campos de la vida nacional:
– Dignidad para ser buenos profesionales, dignidad para entender la problemática que está viviendo la ciudad, por lo mínimo… – enfatiza al instante–, dignidad para que vos seás un actor, un ente social activo en las soluciones de tu país.
La fundación tiene una línea ambiental, que consiste en limpieza de parques y ríos, acciones de reciclaje y siembra de árboles. Esta, sin embargo, no es su fuerte. Walter dice que no han encontrado quién los ayude a impulsarla.
La segunda línea, en cambio, representa el mayor logro de De menos a más, está centrada en fomentar los valores familiares a través de un proyecto de nutrición, del que se desprenden dos comedores comunitarios que, si bien benefician a toda la población, está dirigido especialmente a niños de entre los 3 y los 17 años. Promueven la enseñanza del inglés, francés y alemán a niños entre 6 y 17 años. También, esta fundación brinda apoyo a los planes de intervención que, desde la carrera de psicología de la Universidad Javeriana, atienden problemas de consumo de droga, falta de educación sexual y acompañan a los menores de 14 años en el manejo de su tiempo libre y su alimentación.
Una tercera línea, aunque todavía en fase de desarrollo, está enfocada en la construcción de espacios de baño, cocina y lavadero, dado que algunas familias, por tener sus casas en terrenos de 30 a 50 metros cuadrados, tienden a olvidar las divisiones dentro del lugar, lo que puede provocar focos de infecciones a futuro. Por último, una cuarta línea se concentra en el fortalecimiento mental de los beneficiarios de sus programas, y promueve este trabajo como una fuente de recursos para salir adelante.
–De esa manera creemos que podemos generar dignidad –dice Walter.
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Sandra Pineda, quien creó el programa Cali Llenita, dice que todos los días se da cuenta de la falta de preocupación de las personas por el prójimo.
Cali Llenita es una campaña que lleva un año y medio de existencia y que busca brindar un refrigerio a los niños que laboran en los semáforos ubicados alrededor del parque de El Ingenio, lugar al que llegan personas en situación de vulnerabilidad provenientes del oriente de la ciudad y sus zonas aledañas. Nació “por el deseo de aportar y hacer algo frente a las dificultades que, día a día, otras personas sufrían”.
– Empezó por una necesidad. Una necesidad de ver realmente qué podía aportar y qué podía hacer en vez de quejarme. Porque la mayoría de la gente simplemente habla y se quejar, y dice que esto no está bien, tenaz que pase esto, tenaz lo que pasa con los niños; pero, bueno, ¿qué hacen? Es decir, estamos en una sociedad en donde nosotros aportamos y hacemos parte de ella, entonces, ¿dónde está el granito de arena que uno aporta? Esa fue la idea y el principio de la campaña de Cali Llenita: tomar la decisión, en serio, de pensar, hacer y ayudar.
Por esta razón Sandra sale cada quince días, aunque antes lo hacía cada ocho, a recorrer en su auto las 21 paradas que tiene la campaña para ofrecer los refrigerios. Hoy, por supuesto, no es la excepción. Son cerca de las 2 de la tarde. El sol cae con furia, aunque lo rodean algunas nubes oscuras.
– Dios te bendiga – le dice a un niño en una de las primeras paradas. Después de él, llegan otros. Saben qué significa que Sandra esté ahí. Ella intenta educarlos: que no se pasen las calles antes del semáforo y que sepan compartir y entender que a todos les tiene que tocar algo. Les acaricia la cara con ternura cuando les habla. A lo lejos, las personas que van en los buses del MIO y en los demás carros la miran y quizá se les atraviese el pensamiento común de “por eso es que siguen pidiendo”.
Pero Sandra, de cabello castaño con algunas canas y una sonrisa de perfecta dentadura que armoniza con sus ojos cafés, aclara:
– Ellos no piden comida, ellos están trabajando, porque es una necesidad de primer orden, y yo les traigo comida.
Y añade con satisfacción que, si bien empezaron repartiendo 25 refrigerios, han llegado a dar hasta 300. Nunca sabe a ciencia cierta hasta qué horas irá: todo termina cuando acaban los abrazos, las caricias, las gracias y la comida.
El sol ya ha desaparecido. Un aguacero parece inminente.
– ¿Y si llueve?
– ¡Nos mojamos! –responde, y enciende el auto de nuevo.
El día apenas empieza.

Rafael Aguado es moreno, flaco y muy alto. Es tecnólogo en electrónica y funcionario de la Pastoral Social de la Arquidiócesis, pero se desempeña como trabajador social. Acuerpada, enérgica y amable, Patricia Morales ocupa el mismo cargo que Rafael en la Pastoral Social de Cali. Los dos aplican su lema “Hacia un nuevo liderazgo del servicio” entre los distintos oficios que realizan, como el de administrar estrategias para que los comedores sean auto sostenibles.
El mejor ejemplo es el programa Padrinos del Amor, que nació en el 2004 en convenio con el Banco de Alimentos, para involucrar a la comunidad religiosa en asuntos sociales. Rafael y Patricia cuentan que el propósito del programa es que un voluntario con suficientes recursos económicos cubra los gastos de alimentación de una persona vulnerable, por medio de una “cuota solidaria o recuperadora”.
– En un principio se pedía un monto pero ahora nos aportan con lo que nos quieran dar-, dice Patricia.
Rafael aclara que aunque el fin es financiar los comedores comunitarios, lo importante es que los padrinos conozcan a sus “ahijados”, que se interesen por sus problemas, que descubran a los habitantes de una ciudad invisible y que sufre: niños, niñas, adolescentes, drogadictos, madres gestantes, habitantes de la calle, desplazados, entre otros. Para lograr un mayor interés en los voluntarios, la Pastoral les permite escoger a los Padrinos qué comedor y a quiénes quieren apoyar, con el compromiso de asistir a algunos eventos que la Arquidiócesis tiene pensados para los beneficiados, como capacitaciones laborales o reinserción social: los voluntarios escogen qué realidad quieren conocer.
De esta manera los Padrinos aportan con dinero para la campaña, el Banco da los suministros y los “ahijados” reciben un almuerzo diario preparado en los comedores. ¿Pero qué tipo de alimentos reciben los beneficiados? Los que el Banco les pueda dar. Porque la nutrición, cuenta Rafael, es un factor complejo que no siempre pueden tratar.
– Con los beneficiados no se trabaja la recuperación nutricional porque habría necesidad de implementar desayunos, refrigerios, cenas… No. Con los Padrinos se trabaja la mitigación del hambre.
Visto desde una perspectiva económica, la nutrición es un privilegio que no todos los Padrinos están dispuestos a pagar, ya que cinco raciones de alimento diarias para una persona necesitada es más costoso que lo que una cuota altruista puede cubrir. Sin embargo, Patricia aspira a que el proyecto deje de ser privado y empiece a recibir financiación del Gobierno. Deja claro que el Padrinazgo no es mero asistencialismo, por lo que ni los comedores ni la Arquidiócesis tienen la obligación de alimentar gratis a la población vulnerable.
– A la gente no hay que darle todo. Cuando las cosas no te cuestan no las valoras – afirma y después mira hacia la ventana. Sus ojos brillan. Por un instante su mente se aleja de la oficina en la Pastoral. Afuera, un reciclador busca en la basura qué llevarse a la boca.
Las complejidades que se esconden tras un bostezo
Tres son las grandes manifestaciones del hambre: las enfermedades como la desnutrición, el retraso en la estatura o el desarrollo incompleto de los niños; la subnutrición crónica, que aparece con una ingesta menor de 1.500 calorías al día; y la malnutrición, que se entiende como falta o exceso de nutrientes en el organismo. Sí, la sobreingesta de comida es un factor que perjudica la seguridad alimentaria de la población mundial, es un monstruo que ni los programas del Gobierno, ni el Banco de Alimentos, ni los comedores comunitarios pueden vencer por cuenta propia, ¿cómo pueden los frentes contra el hambre cambiar nuestros hábitos alimenticios?
Una vez revisada la Encuesta de Situación Nutricional en Colombia –ENSIN- del año 2015, queda claro que los productos procesados están ocupando el espacio que las comidas tradicionales tenían en los hogares del país, pues en la dieta de los colombianos es cada vez más común encontrar alimentos procesados, con altos contenidos de grasas saturadas y trans, azúcares refinados, carbohidratos y sodio. Como resultado de estos nuevos hábitos, los datos presentados demuestran que el exceso de peso en menores en edad escolar -5 a 12 años- se incrementó de 18,8%, en 2010, a 24,4%. Además, uno de cada cinco adolescentes –13 a 17 años- presenta exceso de peso. Y uno de cada tres jóvenes adultos -18 a 64 años- tiene sobrepeso, mientras que uno de cada cinco es obeso. En concreto: el 56,4% de la población adulta de Colombia aparece en la cara contraria de la problemática del hambre.
Ante un panorama como el anterior, por sí mismo alarmante, se suman otros factores que alimentan el hambre en Cali. Sandra espera que la acción que realizan con la población más necesitada logre resultados que vayan más allá.
-Esperemos que ellos aprendan a educarse, a ser amables, a decir buenos días, a decir un gracias, a verse mejor, a que su apariencia mejore. Por ejemplo, a dos o tres personas les hemos conseguido trabajo, pero no han seguido en ellos, lo abandonan. Y tampoco podemos hacer todo por ellos. No podemos obligarlos a que vayan, pero les damos la oportunidad. Y también les abrimos su perspectiva del mundo. Lamentablemente a ellos les enseñaron a ser pobres, a vivir en la pobreza y ese chip hay que cambiarlo.
La falta de conciencia por parte de los ciudadanos frente al flagelo del hambre es clara, pero también hay que reconocer que quienes la sufren olvidan el propósito que tienen fundaciones y campañas como De menos a más y Cali Llenita. Más que brindar una ayuda alimentaria, se trata de hacer que estas poblaciones se sacudan las excusas, las pocas posibilidades de su entorno, y las vean “no con ojos de pobreza sino con ojos de oportunidad”, como dice Walter.
En las invasiones de la ladera o del Distrito de Aguablanca abundan las familias desplazadas por el conflicto armado. Los más afortunados levantan sus viviendas en zonas de alto riesgo y se dedican al comercio informal. Los menos, intentan subsistir con una cartelera mal escrita y un pocillo de plástico con el que piden limosna. A ellos no sólo les arrebataron su tierra: también les quitaron su seguridad alimentaria. ¿Cómo se nutren los campesinos convertidos en ciudadanos a la fuerza? No lo hacen.
Ni ellos ni los que ya vivían ahí. Los ingresos no alcanzan para conseguir carne, lácteos, frutas, verduras o alimentos ricos en proteínas y minerales. Sólo es suficiente para las harinas como papas, arroz o plátanos, con lo que satisfacen una falsa llenura que no alimenta. Anthony Lake, director ejecutivo de la Unicef, cree que entre la desnutrición y la miseria se forma un círculo vicioso. Lake explica que el hambre causa problemas de aprendizaje en los niños, y una educación deficiente reduce las opciones para salir de la pobreza. Si bien la ENSIN del 2015 dice que la inseguridad alimentaria en los hogares se redujo del 57,7% al 54,2%, ya los datos de la misma encuesta realizada en el año 2010 aclaraban que desplazados, recicladores y habitantes de la calle hacían parte del 42,7% de la población que vive en condiciones de inseguridad alimentaria.
Si bien existen programas, fundaciones, campañas y planes para enfrentar al hambre, es necesario que, en años futuros, el gobierno nacional y sus instituciones empiecen a centrar su atención en las causas y no en los efectos: de lo contrario, estarán dándole continuidad a una problemática que hace daño a la población colombiana.
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