Las FARC eran para mí inhumanidad. A los guerrilleros los imaginaba lejanos, en la selva; temía ir al campo y cruzarme con alguno. Creía que era el único problema de la violencia en Colombia. Tras la firma de los Acuerdos de Paz y motivada por conocer el otro lado de la historia, asistí a un voluntariado en una Zona Veredal Transitoria de Normalización. ¿Qué pasa cuando se está frente a quienes te presentaron como los enemigos?
Por: Nicole Tatiana Bravo García
-Mami, quedé en el voluntariado. Me voy a una Zona Veredal Transitoria de Normalización.
-¿Qué es eso?
-Donde está la guerrilla – responde mi hermana con tono de reproche.
Nos quedamos calladas. Creo que mi madre intenta procesar lo que dije, pero la palabra “guerrilla” sigue retumbado en los oídos de ambas. Siento un ardor en el estómago, estoy tensionada. Vienen a mi mente los videos de los noticieros sobre los enfrentamientos entre el ejército y las Farc, la cámara se mueve tanto que sólo veo monte y camuflados. Los disparos y la respiración agitada son suficientes para sentir el miedo a través del televisor. Pienso en los atentados, los heridos, los secuestrados, los desplazados. “¿Qué sentiría una víctima al saber que estoy ayudando a quien pudo ser su victimario?”, la pregunta no me deja en paz. Recuerdo que, según un análisis de Univisión Noticias, ocho de los 10 departamentos con mayor cantidad de víctimas dijeron “Sí” al plebiscito. Esos números dicen algo, no sé si es desesperación, dolor, cansancio o deseo de tranquilidad; pero esas cifras también hablan de paz.
En mi casa ya saben que no voy a cambiar de decisión, pasaré cinco días con las FARC en la zona veredal de La Elvira, Cauca, en el marco del voluntariado organizado por la Federación de Estudiantes Universitarios. La idea es ayudar en la implementación de los acuerdos realizando brigadas de salud, alfabetización y pedagogía de paz junto con más de 60 voluntarios. Faltan pocos días para irme y he preferido no hablar mucho sobre el tema. Entre menos personas sepan, menos serán las opiniones que reciba sin solicitarlas y menos las dudas que no pueda resolver.
-¿Y cómo es dónde ellos viven? – me pregunta mi prima de 15 años.
No tengo idea, pero la parte de “veredal” me da una pista. Intento explicarle pero no puedo, como ella es del Huila pienso en hacer una comparación, pero recuerdo que es desplazada. Junto con sus padres y su hermana tuvieron que irse de la finca en la que vivían en Campoalegre cuando la columna móvil Teófilo Forero de las FARC, según mi tío, los amenazó con hacerle daño a mi prima si el mayor de sus hijos no dejaba los estudios en la Escuela Militar José María Córdoba. Militar… mi padre quería dedicarse a eso, prestó el servicio por voluntad propia aunque mi abuelo le ofreció comprarle la libreta. Él quería ser parte del ejército, ¿con cuántos de los que voy a compartir estos días pudo enfrentarse en combate mi padre si hubiera continuado la carrera militar? Combate… Tengo un primo que hizo carrera en el ejército, decía que sólo quería “dar bala” en el monte. Pero, así no se soluciona un conflicto que lleva más de 50 años. Más de 50 años… fue a raíz del enfrentamiento entre liberales y conservadores que nació las FARC, mi abuela es desplazada de esa violencia bipartidista.
Y yo hablo de las víctimas y el conflicto como si estuvieran lejos, como si fueran ajenas a mí.
***
“¡Llegamos a Cauca!”, grita un joven que está sentado en los primeros puestos de la chiva. Aprieto el maletín que llevo en las piernas y cierro los ojos. Estoy nerviosa, creo que voy a escuchar tiros. Supongo que a un lado está el ejército y en frente la guerrilla apretando el gatillo por igual, es lo que siempre he imaginado del Cauca: enfrentamiento y guerra. Hay cese al fuego con las FARC hace meses, pero tengo miedo, miro a todos lados buscando extraños o sospechosos, ¿de qué?, no sé. Siento que debo estar prevenida. Puede que los integrantes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia ya hayan firmado los acuerdos y estén haciendo el tránsito a la vida civil, pero aún está el ELN, los paramilitares, las AUC, las bacrim. Por un momento siento que estoy acostumbrada a vivir con miedo.
Me calmo, no hay riesgos acá, ¿cierto? Mi corazón late rápido pero trato de estar serena. Cauca es un pueblo como cualquier otro, parece que ahora lo es. Me voy calmando, pero la piel se me eriza cuando veo la estación de policía con costales verdes en hilera que cubren hasta las paredes del lugar, los bultos dan la impresión de estar rellenos de algún material que impide moverlos. La estación de policía parece una trinchera. Es el paisaje de una de las muchas guerras que apenas está pasando.

La tierra naranja guía el camino. La chiva se tambalea entre los huecos y las marcas que otros vehículos han dejado. Al lado izquierdo de la carretera hay una roca tan grande que no permite ver dónde termina la montaña y dónde empieza el cielo. Los abismos verdes a la derecha del vehículo dejan ver la combinación entre ríos, llanuras y montañas. Los cultivos de coca empiezan a cubrir el paisaje, igual de imponentes que las montañas en los que crecen. Para 2016, Cauca contaba con más de 8500 hectáreas de coca sembrada, era el cuarto departamento del país que más cultivos tenía de esta planta según la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito. Los pocos hogares que hay, cuando nos adentramos más en el corregimiento de Buenos Aires, están construidos con tablas: la parte delantera de las casas está sobre la hierba y la otra en el vacío, sostenida con unos cuantos palos que se han clavado al desnivel del terreno.
***
El cielo parece más cerca de nosotros cuando un letrero azul con blanco da la bienvenida a la Zona Veredal Transitoria de Normalización Carlos Patiño. El campamento queda unos metros más arriba por una carretera que ya no alcanza a ser tierra sino barro. En esa zona vive la mayoría de los 300 guerrilleros pertenecientes al frente 30 del Pacífico, el 60 de Argelia, el frente urbano Manuel Cepeda Vargas del Valle y el Franco Benavides. Una pequeña hilera de cubículos rodea el lado derecho del sendero por donde entramos; paredes entre color habano y naranja y palos que sostienen el techo de alguna habitación, cubren la cama y los bienes personales de unos guerrilleros. En el área de recepción, la “caleta”, como la llaman ellos, tiene por puerta una tela negra sintética que parece que cercara una construcción; en el campamento, eso es lo único que compone la estructura de las viviendas.
En medio de las dos ranchas, ambas construidas en madera, donde se han dispuesto habitaciones, una biblioteca, el puesto de salud y la cocina, se alza el Coliseo Nicolás Fernández. Los combatientes de las FARC cuentan que, junto con la comunidad, construyeron este espacio en medio del terreno baldío que encontraron cuando el movimiento guerrillero realizó la “Marcha final”, en la que se dirigían a las zonas veredales para iniciar el proceso de dejación de armas y reincorporación a la vida civil y política. Hace unos meses el afán de terminar el coliseo era la visita de los jugadores del América de Cali y el Nacional. Pero los partidos por la paz no siempre son tan mediáticos, hoy también hay encuentro deportivo en la vereda: guerrilleros y civiles disputarán los goles

Antes de empezar el partido, veo niños que corren por el coliseo, ¿serán los llamados “niños de las FARC”? Uno de ellos se acerca a nosotros, los voluntarios, para jugar basquetbol. Tenemos curiosidad, varios le preguntamos si su familia vive en la zona de recepción o en el campamento, pero no, sólo le gusta venir a jugar con los niños de la vereda. Vive con su madre y su padre que son campesinos, su hermano mayor se fue hace unos años a estudiar para ser parte de la Armada Nacional. Me quedo mirándolo, quizá él ni es consciente de lo que pasa o de lo que implica lo que ha dicho, es la inocencia de esa infancia en medio de un conflicto, en medio de dos actores de ese conflicto.
***
Nunca vi el rostro de un guerrillero raso. Como mucho identificaba a “Tirofijo” y al “Mono Jojoy”, pero no sabía más de las FARC que lo que veía en las noticias. No les tenía odio, pero sí miedo. Los noticieros me presentaron a los guerrilleros como máquinas para matar, monstruos detrás de un fusil que vivían por y para la guerra. No hubo nombres, más que los de los jefes; no hubo costumbres, más que las de atentar contra la patria; no hubo más acciones que las que desangraban al pueblo; no hubo más motivación que la misma guerra. Los guerrilleros no tenían rostro, solo fusil.
Pienso en lo que dijo mi familia, quizás son personas hostiles, con la mirada llena de rabia o resentimiento, que se dirigen dando órdenes, que algunos nos pueden mirar con desprecio. Mi abuela insiste en que no debo estar tranquila conviviendo con ellos, me repitió que debía andar en grupo, cuidar mis cosas y no salir a caminar ni confiarme. No me preocupa eso, me da vueltas en la cabeza la forma cómo debo tratarlos, ¿cómo me dirijo a ellos?, ¿son guerrilleros, excombatientes?, ¿los llamo por el cargo que ocupa en el movimiento?, ¿queda mal si digo su nombre de guerra?


Miradas: de frente con la guerrilla
El primer día del voluntariado, todos estamos nerviosos; tenemos prejuicios encima más allá de la voluntad y el deseo de paz. Entre voluntarios y guerrilleros hacemos un ejercicio para vernos como iguales: debemos sostenernos la mirada por tres minutos. Estoy frente a un guerrillero, se llama David y quiere ser periodista, igual que yo, la diferencia es que él dejó la Universidad Nacional en tercer semestre para entrar al movimiento. Tenemos la misma edad, pero hemos vivido los 21 años de formas muy distintas, yo ni siquiera he visto un arma de cerca, él las ha manipulado; lo más próximo que he estado del campo ha sido en las vacaciones cuando visitaba a mi abuela en la finca o a mi tía en el Huila, él lleva cuatro años viviendo entre la selva; yo vivo con mis padres y mi hermana, él hace dos años volvió a tener contacto con sus padres por Facebook, pero considera que su verdadera familia es la guerrilla; yo no he vivido la muerte de un amigo, aún salgo con los compañeros de la universidad a bailar o a comer, él ya perdió a dos de los tres amigos con los que se enlistó. Para mí, ver la luna llena a las cinco o seis de la mañana es de admirar, me entretiene, para ellos, me decía uno de los guerrilleros, significaba que el ejército iba a atacar debido a que el cielo estaba despejado y podía ubicarlos mejor desde los helicópteros. Escuchar un avión para mí es mirar hacia el cielo y pensar “¿a dónde va?”, para ellos era correr por sus cosas ante un posible bombardeo.
***
Aquí en las FARC, hay desde guerrilleros que no terminaron el colegio hasta profesionales graduados. El departamento de propaganda es una muestra de esto: jóvenes que militaron desde los 14 años y desean estudiar comunicación social, estudiantes que dejaron su carrera para unirse al movimiento y profesionales como Santiago, un publicista chileno que se enlistó hace un par de años. Pero no es el único que viene de otros países, hay brasileros, ecuatorianos y hasta holandeses.
Boris Guevara entró a los 17 años a las FARC, lleva la mitad de su vida militando, es uno de los integrantes del departamento de propaganda, y el encargado de hacer la presentación esta mañana. Con el proyector como apoyo y la cámara sobre la mesa, el hombre de tez morena, lentes delgados y camisa manga larga, da un contexto histórico de las FARC con respecto al equipo que en otra organización se llamaría “de comunicaciones”. Acá ese término es usado para las conexiones de radio y teléfonos satélites, por eso se les conoce como “propaganda”. El espacio construido con guaduas como soportes, tela negra de construcción como paredes y tejas de zinc en el techo, se queda pequeño, incluso para el reducido público que somos.
Antes de que iniciaran los Diálogos de Paz, el deber del departamento de propaganda era repartir volantes, poner las pancartas y pintar los muros en las tomas, incluso llegaron a imprimir revistas sobre el movimiento y formar estaciones de radio, que terminaban bombardeadas. Al llegar a La Habana, los guerrilleros que tuvieran Facebook eran sancionados; si deseaban tener un perfil, debían pedir permiso a sus comandantes. Con el avance de los diálogos, la apertura en las redes sociales para el movimiento fue más amplia, el cese al fuego y de hostilidades bilateral y definitivo permitió que se pudiera registrar más de la vida diaria de los guerrilleros. “Más o menos el 80% de la memoria de guerra se ha perdido”, asegura Boris Guevara mientras nos mira por encima de las gafas y recuerda que fue en Cuba donde la delegación del movimiento dio la orden de recuperar la memoria histórica de las FARC.
Durante años, las fotos y videos en esta guerrilla estuvieron prohibidos. Las emboscadas en los campamentos, el movimiento constante y los enfrentamientos con el ejército, hacían imposible conservar la información. “Muchas veces es más valiente el que se para con una cámara frente al combate que el que lo hace con un fusil”, asegura Boris. Los discos duros, casetes y computadores donde tenían los archivos terminaban destruidos o en manos del ejército. “O cargas con tu Pc o cargas comida”, dice Guevara quien, con las mismas manos que diseñaba explosivos hoy toma fotos y edita videos para las redes sociales del Bloque Occidente de las FARC-EP.

***
En el pequeño intento de auditorio, guerrilleros y voluntarios nos hemos unido a ver un video preparado por estudiantes de Bellas Artes, la premisa para el que está frente a la cámara es: “¿qué le preguntarías a un guerrillero?”. Me quedo mirándolos, siento que va a ser un tanto incómodo. Las palabras de quienes aparecen en el video provocan susurros, ¿qué sintió al disparar un arma?; melancolía, ¿qué es lo que más va a extrañar de estar en la guerrilla?; risas, ¿qué es lo más extraño que ha comido?; secretos y extrañezas, ¿con qué planifican las mujeres de las FARC o no les permiten tener relaciones?; indignación, ¿ustedes se cepillan los dientes? “Nos creen monstruos, no creen que somos personas que nos comportamos como ellos”, decía una de las guerrilleras a otra compañera. Agacho la mirada. Muchos, hasta hace poco, los veíamos sólo como un grupo armado que habitaba la selva.
En medio de los panes y galletas que enviaba la Organización de Naciones Unidas, y el café con el que complementábamos el refrigerio, escuchamos a los guerrilleros comentar algunas de las respuestas a las preguntas: unos no sintieron nada al disparar un fusil, cada quien decide el método de planificación que quiere o puede aplicar el que le recomiende el médico de un centro de salud o el de la guerrilla. Una mujer del movimiento aseguró que iba a extrañar todo: “la guerrilla es mi familia”. Entre risas por las respuestas y los asombros de los guerrilleros ante las dudas que teníamos, le insistimos a una de las guerrilleras “¿Qué es lo más extraño que has comido?”, “El pan de la ONU” respondió ella.
***
Verlos a la cara es distinto a lo que muchos imaginamos. No, no da miedo. Parecen campesinos, muchos lo son. La mayoría tienen el rostro manchado por el sol, usan botas militares o pantaneras y algunos tienen al menos una prenda con camuflado. Aquí no se valen de nombres, basta con decirles camaradas. Cuando los llaman para recibir órdenes o las funciones del día, o cuando se paran a recibir una clase lo hacen con las piernas abiertas a la altura de los hombros y las manos en puño atrás de la espalda. Acá, no se les olvida un “Buenos días”, aunque no nos conocen nos invitan a tomar tinto cuando nos ven temblando de frío, corren a buscar miel de abeja cuando ven a alguien con molestia en la garganta, se burlan de nosotros cuando nos llevan una ventaja de cinco goles en un partido y se emocionan como niños cuando deben adivinar el nombre de un número y decir si es unidad, decena o centena.
Paz: una firme convicción
Cinco días después de la llegada no me he sentido vulnerada o atacada en ningún momento. Tengo la confianza de dejar mis cosas en un lugar y encontrarlas ahí después de horas. Los hombres y mujeres de las FARC se sientan a nuestro lado en el almuerzo o en los refrigerios y empiezan a contarnos sus historias: Hermanos paramilitares, primos en el ejército, médicos de las Fuerzas Armadas que les han salvado la vida a cambio de dinero, enfrentamientos de horas con soldados, cenas de menos de media libra de harina disuelta en agua para 20 personas y guerrilleros que nunca han disparado un fusil.
***
Tratar de entender un conflicto armado como el que vivió Colombia con las FARC es muy complicado, no se trata de separar entre buenos y malos, entre quién tiene la razón y quién no. Hay tantos matices como opiniones y versiones de una guerra.
Las fotos del voluntariado empiezan a estar en las redes y los comentarios no se hacen esperar: adoctrinamiento, simpatizantes y colaboradores se quedan cortos para los insultos que rodean las imágenes. “¡Estudiantes conviviendo con guerrilleros!”, exclaman algunos, no como reproche, sino como advertencia. Esa realidad de las amenazas y el señalamiento apenas se dibuja en un escenario de posconflicto.
La polarización entre los que apoyan y desaprueban los acuerdos o la reincorporación de las FARC a la vida civil y política de forma legal es tanta que ya no sólo es riesgoso estar de acuerdo con un lado, sino no apoyar por completo alguno de los dos. Pero estar de frente y convivir, en medio de un proceso de paz, con quienes se han considerado enemigos, es solo un paso para la consolidación de los acuerdos y la realidad que en unos años vivirá el país.
“La paz no es una estrategia, es una firme convicción”, cantaba Alexandra Nariño, más conocida como la guerrillera holandesa, en la despedida que nos daban los farianos al terminar la jornada del voluntariado en La Elvira, Cauca. Lina es el reflejo de la conciencia que tiene las FARC sobre el fin de la confrontación armada y la necesidad que tiene la implementación de los acuerdos y el proceso paz de integrar a la comunidad en la participación política. Hace menos de tres años, Lina terminó el grado once y hace uno, mientras finalizaban las conversaciones en La Habana, cumplía su anhelo de pertenecer a las FARC. Ya no se trata de engrosar las filas y entrenar un ejército, ahora es cuestión de preparase para defender las ideas a través de los discursos y el debate público. Un paso más difícil que el de coger las armas. Recuerdo que un guerrillero, al hablar del partido político que va a conformar el movimiento, nos decía:
-La política es más difícil que la guerra, pero se puede hacer.

Comentarios