Expresiones culturales como cine al parque, tejido artesanal, muralismo y artes circenses crecen a partir de iniciativas populares que construyen audiencias en los escenarios más improbables. Para los artistas que desarrollan estas prácticas subsistir es el mayor desafío. Martha, María, Carolina y Polo encarnan el empeño de sobreponer el arte a las dificultades.
Investigación: Daniel Vásquez, Jorge Arturo Ruíz, Jorge Idárraga, Álvaro Andrés Jiménez, Brygitte Marulanda.
Redacción: Daniel Vásquez, Alexander Campos
Tipologías del malabar
El arte no solo sirve para decir lo que uno tiene que decir,
sirve -también-para decir lo que uno tiene que callar
Enrique Buenaventura
Amigos y amigas, buen día tengan, espero les guste. Traigo para su deleite un poco de arte, malabar. La luz roja abre el telón para Polo, con machetes en mano de un vistazo y calcula cuántos conductores oyeron su rápido saludo. Y rápido no es un adjetivo cualquiera: una cuenta regresiva inicia al saltar al escenario del que un presuroso público huirá en menos de un minuto. El sudor en el rostro, los semáforos acumulados, el metal volador que inaugura el acto en la Cali de las dos treinta de la tarde.
Al oír el nombre de Jorge Vergara pocos lo asociarían a este trigueño alto y delgado, de cuyas manos nacen y mueren giratorios círculos de luz. Polo (para amigos y conocidos) está a la cabeza del colectivo artístico Malabaréate. Es además director y creador del proyecto Cirko Pirata, una propuesta de artes circenses y escénicas nacida en 2014. Y aunque ahora su único empeño parece soportar el filo del machete sobre la lengua, tras las monedas de cada semáforo hay mucho más oficio.
La autofinanciación es el único sustento de los proyectos de Polo. Como no tienen sede oficial, él y sus colegas se reúnen en la Loma de la Cruz, el Parque de los Estudiantes o su casa, que también hace las veces de bodega de utilería. Y pese a las limitaciones, han conseguido realizar toques anti feria en 2012 y 2013, organizar múltiples presentaciones de circo-teatro y ser gestores del Primer Encuentro de Malabaristas.
Agolpados y exhalando vapores, los vehículos rugen. El trancón es alimentado por jeeps y motorratones que se descuelgan de Siloé. El de Polo hace parte del 90% de los grupos artísticos de la ciudad que, según el Censo Grupal de Actores Culturales, no accede a los recursos que cada año invierte la Secretaría de Cultura y Turismo en este concepto. El último machete suspendido, la reverencia militar; el gran final del acto no ambiciona cifras siquiera cercanas a los mil quinientos millones de pesos, que es el presupuesto del programa Estímulos Cali; aspira a la voluntad de los espectadores que de a poco generan el pago del día.

Igual que a sus colegas malabaristas, una de las 174 becas de la convocatoria anual de Estímulos le permitiría a Polo destinar para otro fin la porción de ganancias que utiliza para sostener al colectivo. El resto de las monedas acabará en recibos, transportes, y el sagrado desayuno de café con pan, huevos y cigarrillo. Ventana por ventana recibe negativas o vidrios que permanecen arriba. Lo cotidiano. Es en la repetición donde radica la rentabilidad del trabajo. Por ello reitera el acto con calcada exactitud, haciendo gala de la técnica que aprendiera durante su estadía en Ecuador. Descansa a la sombra cuando los vehículos grandes quedan en primera fila y obstaculizan la vista.
Tres cuadras de camino llevan a Polo hasta el gran portón beige que golpea con fuerza. ¿Quién es? Soy yo, abuela. El televisor de Doña Ana propaga una misa tardía, cuya luz colorea de blanco y oro los retratos de la familia, otrora numerosa. Construida con ladrillos y guaduas, la habitación y oficina de Polo, sólo amoblada con un enorme colchón. Otra habitación hace las veces de sala: televisor, DVD, sofá, tablero de ajedrez, bongós y papeles en el suelo. Allí vivían unos amigos que le brindaban compañía e ingresos adicionales. Ahora es su oficina de reuniones, colindante a un viejo horno de barro lleno de polvo donde solía preparar pandebonos y arepas de choclo con su abuela.
Supervivencia, pasión y empleo son juguetes de otro malabar.
El telón blanco de la loma
Ojeras de cinéfila acunan las pupilas oscuras de Martha Ligia. El viento sacude su cabello corto y mece los pendientes plateados. Blusa oscura, pantalón gris, se encarga de buscar los cables necesarios para conectar el proyector y preparar la función. Omar instala la pantalla. Los cables y cuerdas pasan desde las casetas de artesanías a las casas que se encuentran junto a la loma. Pantalón beige, camiseta polo de rayas grises, se arrodilla y cuelga en las ramas de un árbol una lona blanca de tres metros cuadrados que funciona como pantalla. Martha Ligia aparece cargando sillas; las enfilan frente a la gran lona y descienden por el sendero más iluminado en busca de la mesa, el video beam y un computador portátil. La vieja casa se alza a un par de calles.
Todos tus muertos es el filme de la noche. Los cadáveres que parecieran apenas dulcemente dormidos, enternecen y aterran a los asistentes que cada sábado crecen en número. Para esta noche, el director y el protagonista de la cinta acompañan la proyección para brindar un conversatorio. Privilegio aprovechado sin demora por la comunidad. El escritor William Ospina ofrecerá su propia conferencia el fin de semana entrante.
Cine al parque es uno de los pocos proyectos culturales en Cali que ha contado con apoyo gubernamental. Hace cinco años son formalmente un proceso cultural de la Loma, lo que significa un aporte de la Secretaría de Cultura y Turismo de Cali. Dos millones de pesos a distribuirse a lo largo del año. La mayor parte del presupuesto es auto financiado, aunque también cuentan con un aporte del Festival de Cine de la ciudad y año tras año se presentan a la convocatoria de Estímulos Cali buscando recursos para sostenerse.
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Poco a poco desaparece el humo generado por los transeúntes, a la vez que algunos vendedores ambulantes de comida se acercan. Martha y Omar no tienen hijos. Durante estos años, han sido testigos de las transformaciones de la loma de la cruz. Ahora solo se divisan la noche y el paisaje, entre algunas luces, entre los actores políticos y armados que representa en su película el director Carlos Moreno. Las personas colman el espacio y se sientan en los alrededores de la pantalla. Niños, jóvenes, adultos y ancianos ansiosos acuden a la función.
“El apoyo por parte del gobierno municipal es escaso. Ya constituidos nos ayudan menos que cuando se fijaron en nosotros”, expresó cierta vez, con disimulada decepción, Martha Ligia, coordinadora y creadora del Colectivo. “La perseverancia es un pilar fundamental en esto. Cuando uno trata proyectos de ciudad, necesita mucha tenacidad para que las cosas funcionen”. Más de quinientas películas exhibidas en una década de trabajo y el estímulo finalmente conseguido este año, dan fe de aquella perseverancia.

Sin embargo, Martha Ligia y su esposo no crearon Cine al Parque como una forma para generar ingresos, según dicen. “El proyecto nació como un sueño de oferta cultural que le queríamos dar a los jóvenes del parque artesanal que es un poco vulnerable”. Mientras habla sobresalen un par de arrugas en boca y nariz. “Los primeros días fueron en una época muy dura. En esos días la loma era pintada de negro, decían que la loma era satánica, que a todos esos pelados tocaba cogerlos y sacarlos de aquí”.
En efecto, la Loma de la Cruz ha sido terreno de oleadas de violencia entre los jóvenes de Cali. Tomaban lugar en los alrededores, en el cercano 2011: muchachos se citaban para enfrentarse a piedra hasta que llegaba la policía. Además, a lo largo de los años, peleas y ataques violentos contra homosexuales, travestis y transexuales que frecuentan el sector han sido noticia. Recientemente, diferentes tribus urbanas han acogido a la loma como sitio de reunión: punkeros, metaleros, miembros de la comunidad LGTBI y parches.
La pareja empezó a pensar en soluciones y realizó una cartografía social de las personas que visitaban el lugar. Se acercaron a los jóvenes para preguntarles qué querían. Después de varias charlas, concluyeron: «qué bueno una lona y tirar cine, a ver qué pasa». El video beam lo consiguieron gracias a una rifa, compraron la lona blanca y Omar armó el marco. A pesar de no recibir ayudas en principio, el proyecto tuvo gran acogida entre los visitantes del parque. Cada sábado recibían más espectadores, además, los jóvenes, comenzaron a recomendar documentales y películas.


Acabado el conversatorio, otorgada la respectiva ovación a los realizadores, la proyección culmina. Más tranquila y esperanzadamente ahora que el proyecto cuenta con el respaldo económico necesario. ¿Cuántos colectivos culturales como Cine al Parque, sin embargo, naufragarían a la espera de un espaldarazo gubernamental semejante? Consciente de su fortuna, la pareja agradece a espectadores e invitados y procede a desmontar el improvisado teatro. La plaza vacía se acopla a la quietud de la noche.
Pinceles que traspasan los muros
Trazos de azul cunden la obra de Carolina Jaramillo. Trazos de bestias concéntricas que cuadro a cuadro se persiguen entre sí; bodegones con cebollas cubiertas de arcoíris, trípticos fragmentados como escalinatas obscuras, y cierto mesías trémulo en mitad de la galaxia (un encargo, según dice). Desde niña, Carolina fue criada por sus abuelos, quienes le inculcaron amor por la belleza en la manifestación del ser humano y la organizada gestión de los bienes. Quizá por ese ejemplo, un amplio repertorio de acuarelas en lienzo ya ocupaba las paredes de su casa a los trece años. Nada de pasear por las corrientes artísticas: el expresionismo fue siempre lo suyo.
Enamorada de su tierra, Carolina abrió paso al muralismo en Cali. Desde mediados del 2008 soñó con un museo que plasmara la voz de tantos artistas emergentes de Latinoamérica, contándose a sí misma, y que estuviera a disposición de todo el que quisiera apreciar las obras. “Actualmente 45.000 artistas colombianos agonizan en su profesión por una clara ausencia de público”, afirma. Y no es gratuito; la historia misma de las políticas culturales, en Colombia, comienza de manera tardía con el reconocimiento estatal de la cultura en la segunda década del siglo XX, como respuesta a las diferentes instituciones culturales creadas a finales del siglo XIX: bibliotecas, patrimonio histórico, artístico y arqueológico. Apenas en la mitad del siglo pasado comenzaron a aparecer los primeros esbozos de lineamientos culturales en Colombia y fue en los años sesenta cuando las políticas culturales entraron en el ámbito de la gestión pública y la vida de la cultura.
Establecer relaciones directas con el Estado y ser parte de la Red Nacional de Museos, fueron para Carolina los mejores dividendos obtenidos al ganar en la primera versión de Estímulos Cali en el 2013. “Solo existe una primera vez y es la que más debe impactar”, dice. Y así fue. El monto conseguido se materializó en la Primera Bienal de Muralismo Internacional, inaugurando el Museo Libre de Arte Público y Muralismo de Colombia.
Su Casa Matriz tiene dos pisos y se ubica en una esquina del barrio La Merced. En la fachada izquierda había un colorido y visionario dibujo alusivo a la Patria Grande con algunos mandatarios actuales representando la hermandad y la paz entre sí. En lo alto de la rocosa pared se lee en la entrada “Museo Libre de Arte Público y Muralismo de Colombia”. En el interior de la sede hay una escalera inclinada y, en las paredes, la marea de reconocimientos, diplomas, cartones y obras. De la habitación principal cuelgan las obras de la hoy directora y coordinadora de la institución artística.


El proyecto, cuenta Carolina, se ha sostenido gracias a la autogestión y algunas alianzas con entidades públicas y privadas con base en la Economía Naranja. En los últimos cuatro años, la entidad ha realizado tres Bienales de muralismo, en las cuales se ha convocado una considerable cantidad de artistas, nacionales y extranjeros, interesados en emplear sus técnicas para embellecer la ciudad y formar nuevos artistas. El Plan Municipal sugiere la temática, que para esta vez se trata de la paz en territorios de conflicto, la apreciación, reconocimiento y consolidación de los recursos naturales y las representaciones simbólicas locales.
La economía naranja reconoce el trabajo de artistas y creativos como un proceso que fabrica mercancías. Este tipo de actividades representa un 6,1 % de la economía global. Se concentra en las industrias culturales, industrias creativas, industrias del ocio, industrias del entretenimiento e industrias de contenidos. En otras palabras, reconoce que los procesos culturales y artísticos son rentables y se deberían obtener ingresos de ellos. “Pilar de Mecenazgo” es la frase que acoge el trabajo en equipo para la autogestión usada por Carolina.
Re-significar y re-componer el tejido social, según Carolina, es la misión del Museo Libre de Arte Público. Actualmente funciona como entidad privada, sin ánimo de lucro y se encuentra distribuido en la ciudad con 60 pabellones y dos centenares de obras. “Tenemos ciudades desarraigadas con monumentos invisibles ante nuestro ojos, es por eso, que el museo busca articular comunidad y espacio público por medio del arte. No traemos la gente al museo, llevamos el museo a la gente”.
El trenzar de los hilos ancestrales
Se teje la vida. Se teje la minga y el palabreo. Los procesos, el caminar, enlazar los hilos. Son las cuatro de la tarde y hace menos de una hora llovía ligeramente. Afuera del quiosco de ladrillo, tres mujeres sentadas en sillas plásticas blancas tejen bolsas de lana. Cada una sostiene un par de agujas, enhebradas con hilos negros, blancos, cafés y beiges. De camisa morada y jean, María Andrea Quiwanás trabaja en mitad de las compañeras. Su cabello negro oscuro, liso como pocos, está recogido y lleva puesta una mochila gris con rayas amarillas que ella misma ha hecho. Tiene 52 años y sus manos denotan fuerte trabajo agrícola. Viene desde el resguardo indígena ubicado en Jambaló. Hace parte de un grupo de 15 mujeres de la comunidad Nasa que, ante la adversa economía, encontraron esta opción para sustentarse. Enlazando las aulas, nuestra lengua y la escritura.
La Loma de la Cruz se divide por cuatro niveles, cada uno con hileras de tiendas artesanales. En el primero, dentro de un puesto a la izquierda del sendero hay cuatro espacios, cada uno correspondiente a un establecimiento. El lugar está lleno de objetos hechos en madera: estatuillas, xilófonos, maracas, caballitos mecedores; así como mochilas, manillas de lana, y bisutería en variedad de estilos y colores.
María Andrea, aferrados los ojos a la mochila que hilo a hilo nace de sus manos, narraba tiempo atrás cómo debía salir a las tres de la mañana para alcanzar el transporte que la llevara al Nuevo día. Tomar ahí el carro de las cuatro de la mañana: una chiva que la transportaría hasta Santander. A las siete en punto ya estaba a bordo del bus que venía a Cali. Y llegaría tarde para encontrarse con la compañera que le estaba esperando. El hilo que tejemos desde la base de la mochila, así mismo tejemos las palabras en asamblea. El trayecto era largo. El venir y encontrarse con otras tejedoras en la eventualidad de que las mochilas se hayan vendido. Pero esto cambiaría al radicarse en Cali junto a sus compañeras para dedicarse más al proyecto.
Mujeres Tejedoras es un grupo que se concentra en la producción y venta de artesanías hechas por mujeres indígenas, residentes de Cali o de cabildos de la comunidad Nasa. El inicio se gestó en la Fundación Miriam Janeth Tacan, institución que brinda ayuda a mujeres provenientes de cabildos. A diferencia de otros grupos de emprendimiento cultural, no buscan ayuda financiera de la alcaldía, pues evitan la burocracia que ello implica.
Aparte de la venta de sus artículos, el colectivo recibe ingresos por dictar talleres de tejido en la Universidad Javeriana. Viajan al resguardo cada fin de semana y periódicamente celebran con danzas la ceremonia de las semillas, donde el astro baja en forma de cóndor y sobrevuela los pequeños frutos de la madre tierra.

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