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Ciudad Vaga

Escuela de Comunicación Social - Universidad del Valle

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16 DÍAS EN HAITÍ. ENTRE EL CAOS, EL HAMBRE Y LAS RUINAS

6 septiembre, 2019 Por admin


Un terremoto hizo que los ojos del mundo se dirigieran a Haití por un momento. Las imágenes vistas por los medios de comunicación desataron una avalancha de solidaridad sin precedentes.


Por: Edwin Ruiz

Fotografías: Cortesía Cruz Roja Colombiana

Era la media noche, después de un día de trabajo duro y de un sol inclemente, la brisa fría se apoderó del campamento. Hace días que no probaba comida caliente, sólo enlatados y líquidos embotellados. Adentro de la carpa buscó refugio, se envolvió con un saco para dormir. En su mente estaban las lágrimas del colombiano que perdió las esperanzas al ver salir de los escombros a su esposa muerta, el hedor de un basurero putrefacto, el lamento de los afectados y las pilas de cadáveres apostados en los andenes. Elevó una plegaria y recordando a su familia cerró sus ojos. A punto de alejarse de esta realidad, súbitamente un estruendoso y agudo sonido de un avión se aproximó – Maldita sea, estos manes no me van a dejar dormir o qué –. Pasaron dos más y al tercero ya estaba en el quinto sueño. Un momento después, unas latas de gaseosa, una solución de destrosa pendiente de una varilla y una tapa, un sismógrafo producto de una ocurrencia más que caracteriza al colombiano que no se vara en las situaciones adversas, alertó de una réplica.

El aeropuerto vibró, despertó Alfonso Vargas, jefe de Socorro de la Cruz Roja Colombiana, seccional Valle, el hombre que dejó su envestidura para convertirse en un colaborador más en labores de logística y rescate durante el terremoto de Haití que ya va dejando más de 300.000 víctimas desde el 12 de enero de 2010. Se preocupó en un principio, salió a ver lo que pasó, regresó para terminar su descanso, en el peor de los casos solo la carpa le hubiera caído encima. Todavía eran las cuatro de la madrugada, tomó una ducha, saludó a los vecinos de campamento de Jordania quienes le brindaron un té tan memorable que lo recuerda hasta el día de hoy. Convocó a reunión a la misión colombiana, distribuyó la agenda del día, los relevos del hospital, el personal de rescate, las comunicaciones y el transporte suministrado por las Naciones Unidas.  A las 7:30 de la mañana se reunió con las agencias de los países relacionados con albergues temporales. A las 9:30 estaban listos, fueron al hospital, llevaron logística e iniciaron las labores de rescate. Con los líderes él y sus compañeros coordinaban el censo, la seguridad y las actividades con las comunidades. En la noche tuvo una reunión de hora y media con la Federación Internacional de la Cruz Roja y Media Luna Roja, en donde planificó las entregas  de ayuda humanitaria. Finalizando la jornada, la última reunión terminó entre las 10 y las 11 de la noche, en la cual evaluaron el día y cuadraron la jornada siguiente. Entre reuniones e inspecciones Alfonso Vargas duró 16 días en Haití.  Ese lapso fue suficiente para acostumbrarse al ruido de los aviones, a tal punto de necesitarlo para dormir.

Un año y once meses después, el jefe de Socorro está en su oficina de Cali, se acerca la navidad y su espacio está adornado para la ocasión. A su radio llegan informes de la zona suroccidental del país, su teléfono no deja de sonar porque está coordinando las entregas de ayudas a los damnificados por el invierno en el Valle del Cauca.

En 1973, aquella década de una juventud convulsionada, Alfonso Vargas tenía que realizar un curso de primeros auxilios para trabajar como taxidermista. Su única intención era  cumplir con ese requisito, pero su estancia en la Cruz Roja le cambiaría su rumbo y su destino, de disecar cadáveres, trabajar con la muerte, pasó a rescatar vidas.  Inició en la Cruz Roja Juvenil y posteriormente fue cofundador del área de socorrismo y desde 1976 se desempeña como responsable en el área de desastres. 

Por los gajes de su oficio participó en las labores de rescate y logística en las catástrofes que más han marcado a los colombianos.  Estuvo en la de Popayán en 1983, la de Armero en 1985 y  la del Eje Cafetero en el 2000. A pesar de eso no ha perdido la capacidad de sorprenderse después de ver totalmente pueblos y ciudades destrozadas, desaparecidas y sin esperanzas. Cada tragedia le es diferente, en unas ha perdido compañeros y en otras ha ganado el agradecimiento de las víctimas y sus familiares. Su experiencia lo llevó a Haití como voluntario en labores de organización, tratando de administrar el desastre con talento humano, recursos logísticos y recursos técnicos. Era el enlace entre las organizaciones locales y los grupos de rescate.

Finalizando la tarde del 12 de enero de 2010, un sismo de 7,5 grados en la escala de Richter sacudió a Puerto Príncipe. El primer país libre de las Américas  y el más pobre,  se sumió en el caos. Cuatro mil edificaciones colapsaron, el 70% de la ciudad quedó en ruinas, más de 300 mil personas terminaron muertas, 350 mil heridos tenían desbordado el precario sistema hospitalario. Este sismo quedó registrado en la historia entre los 12 más catastróficos en pérdidas humanas. Por los noticieros se observaba el desespero de los haitianos, montañas de cadáveres entre montañas de escombros, periodistas en llanto. Diez mil marines arribaron a la isla, el gobierno cubano autorizó a que volaran por  su espacio aéreo aviones estadounidenses con fines humanitarios. El terremoto conmovió al mundo. Hubo una avalancha de solidaridad sin precedentes. Todos querían mandar ayuda.

Hubo condonaciones de deuda con letra menuda, Francia pidió perdonar 62,73 millones de dólares de deuda contraída con el club de París, así mismo el FMI, el BID y el BM lo solicitaron. Por medio de mensajes de texto se recaudaron más de diez millones de dólares en Estados Unidos. Proveniente de países de los cinco continentes, cientos de miles de toneladas de ayuda empezaron a llegar masivamente. El tráfico aéreo fue tal que las autoridades suspendieron permisos de aterrizaje. Haití con un largo historial de corrupción se alistaba para recibir cerca de mil millones de dólares para afrontar el terremoto.

En Colombia, los organismos de socorro, los humanitarios y los medios de comunicación adelantaron campañas para recolectar alimentos. La sociedad quería alivianar su conciencia para soportar las imágenes vistas por televisión. Las grandes cadenas de supermercados incrementaros sus ventas de mercados básicos. El país envió más de 1.852 toneladas de ayudas según un reporte de la Cruz Roja.

Alfonso estaba en otro país, en otra cultura, le fue difícil detectar lo que pasaba al su alrededor, y ese no era precisamente su trabajo, el fue junto a sus compañeros a ayudar. “El desplazamiento no fue fácil. Primero se hizo en Avión, facilitado por la Fuerza Aérea Colombiana, luego en barco, facilitado por la Armada Nacional. Como estaba destruido, no había puerto en Puerto Príncipe. Tuvimos que fondear los barcos es decir, traer las ayudas en lanchas y barcos más pequeños. La operación se demoraba, alquilaron camiones y tractomulas para llegar a la ciudad.  Como era emergencia se dispararon los costos, por tanto había que negociar para moverse. Los coteros contratados cargaban y descargaban mercancía. La logística puede ser la culpable del éxito o de un fracaso de la operación”.

Cuando llegó a Haití tenía angustia de comenzar. Con su equipo arrancó buscando a la gente. Fue donde las comunidades y tomó una zona para comenzar la operación. La policía colombiana los recibió a él y sus compañeros junto con las Naciones Unidas, los ubicaron en un campamento dentro de una base. Al día siguiente salieron a inspeccionar. Las primeras impresiones para Alfonso Vargas fueron devastadoras. Atravesó el centro de Puerto Príncipe en  ruinas y se sintió frustrado al saber que en esa estructura quedaron 40 personas atrapadas.

No podía  trabajar como quería, no tenía  la maquinaria, ni los recursos.  A los pocos días empezó a cohabitar con los olores que emanaban las  personas muertas en la vía. Le llamó poderosamente la atención cuando  en un hospital estaban botando la basura, miró que caía un miembro inferior amputado directo al tarro. Estaba extrañado porque normalmente los entierran en sitios especiales. Casos como estos seguían sucediendo en el hospital la Paix. En uno de los recorridos que hizo a los seis días, había una persona envuelta con una lámina de Cinc, totalmente inflada, muerta. Lo reportaron a un equipo de Colombia que estaba recolectando los cadáveres, lo llevaron como dice Alfonso, para darle cristiana sepultura en un cementerio que jamás conoció  después de las dos horas en las que normalmente el haitiano llora a su ser querido y se va. Muchas victimas fatales quedaron en la calle, un grupo de colombianos los recogía en bolsas y los llevaban para el depósito. 

Uno de esos 16 días, un cargamento llegó a un hospital. Estaba presente el mismo sol de siempre, la única manera de contrarrestarlo era recubrir la piel descubierta con bloqueador solar, una gorra que no  podía evitar caer los rayos en su cara y tomar bastante agua. Lamentó no llevar gafas de sol, necesitaba sus lentes medicados y transparentes que se convirtieron en lupas, andaba cabizbajo para protegerse (sin verificar que los lentes pueden llegar a ser lupas y quemar los ojos). La cantidad demandó ayuda extra y como a lo que fue es a ayudar, Alfonso Vargas empezó a bajar la carga.  Paquete tras paquete iba pasando el tiempo, parecía interminable pero no le importaba hasta cuando su cuerpo pasó a otro nivel, sintió a sus pies despegar de la tierra, que flotó. Dejó a un lado las cajas y observó su ropa mojada, “pero mojada es mojada” en sudor. La deshidratación era evidente, miró a su compañero bogotano y le dijo que dejaran de arrumar mercados, el extrañado le preguntó ¿Por qué?, y le responde – mírate- estaba en las mismas condiciones, los pantalones, la camisa y el chaleco estaban llenos de secreciones. Tomó un tarro de agua, se sentó y comió un pedazo de panela. De la misma que muchos colombianos mandaron a Haití en sus mercados sin saber que a pesar de ser un país productor de caña de azúcar era un producto extraño para ellos. Su dieta está basada en pasta, arroz, carne de cerdo y de cordero, la panela solo les servía para “atrancar la puerta”. Un compañero de Pereira, “Pavitas” se tomó la tarea de enseñarle a una multitud a hacer el agua de panela “Les voy a enseñar ha hacer el agua dulce, a-gu-a dul-ce”. En otra ocasión en una reunión con compañeros de la Cruz Roja de otros países, había franceses, alemanes, italianos y estadounidenses, la misión colombiana se encargó de hacerles probar y mostrar la preparación fría y caliente de la bebida nacional.

La misión colombiana fue  preparada al sitio,  nadie iba a atenderlos, tenían que ser autosuficientes. Cada grupo se organizó en unos campamentos. No había condiciones cómodas pero eran aceptables para realizar la operación. Contaron con carpas, toldillos, duchas y sanitarios. La comida inicialmente eran raciones. El agua no necesitaba calentarse, el calor natural de Haití la mantenía a esa temperatura, el equipo terminó por acostumbrarse a beberla. Al principio no lavaron ropa porque el agua solo era para asearse. En Puerto Príncipe, los días son calurosos y las noches muy frías.

Los colombianos fueron bien recibidos por parte de las comunidades porque cumplieron con las entregas. El creole, la lengua más usada en Haití no fue problema para  que Alfonso entrara en diálogo gracias a una comunicación universal, la que surge por necesidad, el lenguaje de las señas. Funciona en cualquier parte, aunque después contó con un equipo de traductores.  Inicialmente la población era un poco apática, pero luego entraron en confianza y le contaron que estaban tristes y sin saber que hacer. Aunque muchos estaban en pobreza, dejaron de estar en una casita para vivir en un lote bajo cuatro toldos, hechos con el material que pudieron recuperar.

Alfonso Vargas relata que en donde hay discordias hay necesidades no cubiertas. Algunos eran agresivos por la situación. Él no tuvo problemas porque no los buscó. Sí alguien se llevó una caja o dos bienvenido, era muy difícil controlar esa situación. Con la guía de los líderes comunitarios entregaron las ayudas a todo el que hacía fila. La seguridad la brindaba  la comunidad. Trataron de trabajar para que todo el mundo recibiera una ración de comida. Sin embargo, la gente piensa que no va a alcanzar a recibir ayudas y se angustia. En el campamento del aeropuerto llevaron una tractomula. Había por lo menos cinco mil cajas para aproximadamente tres mil familias que estaban en el parque. Sobraban dos mil si se daba de a caja. Pero alrededor otras familias querían reclamar, todos trataron de llegar primero para no quedarse sin nada.  Había mucha más comida, además de Colombia estaban ayudando otros países. Tenían agencias entregando alimentación y otros elementos, entre ellas estaban Naciones Unidas, Save the Children, La Cruz Roja Internacional y la Federación Internacional de la Cruz Roja. Un día pasaron por una calle y miraron que habían matado a una persona. No pudieron actuar, era un país diferente, pero había un grupo de personas que al parecer la habían ejecutado, lapidado. No se supo si estaba ligado a la tragedia del terremoto. Las personas de Naciones Unidas les pidieron no parar y seguir las instrucciones. No se pudo hacer nada humanitariamente, “nos decían que podríamos ser agredidos si nos deteníamos”.

“Luego de cumplida la misión, muchas cosas que se quedaron por hacer, pero llegaron otros grupos a reforzarnos y relevarnos”. Llegó el último de sus días en Puerto Príncipe, y ya estaban sus cuerdas bucales afectadas por tanto polvero y tanto hablar con la gente, “había que hablarle a 50 mil, a 20 mil a 8mil personas y aunque tenga un vozarrón, de todas formas uno se agota”. No tenía micrófono, gritaba junto con el traductor.

La misión colombiana descendió en el aeropuerto militar de Catam en Bogotá. Fue recibida con honores, a cada miembro le dieron un reconocimiento escrito y firmado por el ministro del Interior que dice: “Como reconocimiento del Gobierno Nacional a su valentía y heroísmo ofrecidos a favor de los desvalidos e inocentes afectados por el feroz terremoto que azotó a la República de Haití, salvando valiosas vidas y aportando significativamente a la dignidad de la humanidad. Contribuyendo con su arduo trabajo, dedicación altruismo y consagración del éxito de las operaciones de búsqueda y rescate, acciones especializadas y labores de reconstrucción y recuperación coordinadas por la Dirección de Gestión del Riesgo del Ministerio del Interior y de Justicia, adoptando los postulados universales de libertad, igualdad y fraternidad, cumpliendo así su misión en nombre del pueblo colombiano”. 

Arribando a Cali se encontró con su familia, a la cual no dejó de llamar todos los días desde Haití, ni siquiera cuando el servicio de comunicaciones colapsó; en esa ocasión recurrió a un teléfono satelital. Los periodistas lo abordaron para conocer de segunda mano los hechos. En declaraciones dijo “También me marcó mucho un niño que me pidió comida, pero no lo pude ayudar. Días antes le había regalado mi botella de agua a otro menor y al momento tenía a doscientos niños haciendo fila. No podía exponerme a que la gente presionara por más alimento. Quedé triste”. 

El único recuerdo que trajo de Haití es una pequeña libreta, allí tiene registrado los lugares en que estuvo, lo que hizo, sus recuerdos; esa libreta fue su diario y su bitácora y hoy la mira como un objeto muy preciado. Mientras en la seccional Valle adelantan una campaña de donación de alimentos y las damas grises reciben con cariño a los donantes, Alfonso Vargas, Jefe de Socorro de la Cruz Roja Colombiana, se alista para salir de su oficina.  Las tragedias no cesan. Un patio está cubierto de bolsas de mercado. Nuevamente los colombianos se han conmovido  al ver en los noticieros a pueblos arrasados por el agua y el lodo. Alfonso Vargas, el Jefe de Socorro, se alista nuevamente para salvar vidas.

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